LA FERIA QUE ESTÁ POR VENIR

La Feria de Muestras, la metrópoli temporal de la que Asturias disfruta durante la primera quincena de agosto y con la que toma el pulso a su economía cada año, cumple sesenta años. Un aniversario que facilita una coartada para mirar atrás y comprobar que el tiempo no ha logrado marchitar una fórmula que apuntala su éxito en los cientos de miles de personas que cruzan su umbral una edición tras otra. La Fidma celebra su cumpleaños con notables regresos. Wenceslao López ha sabido poner fin a una prolongada ausencia institucional añorada incluso más por la lógica que por los ciudadanos. Una década de injustificado desdén que nunca tuvo más razones que una política de cambalache que encontraba mal acomodo en unas calles donde las empresas asturianas se afanan por ofrecer su mejor imagen. El Ayuntamiento de Oviedo no tiene pabellón, pero sí un amplio espacio para presentar el valioso patrimonio cultural de su ciudad. Los confiteros han endulzado este retorno con sus últimas creaciones y la demostración de que la originalidad resulta mucho más agradable de tragar que las maquetas faraónicas. Sin duda más dulce, y con toda probabilidad, menos onerosa. Aunque más importante que el simbólico paso del hormigón de Calatrava a las nubes de algodón de Mafalda para recibir a las visitas es la convicción de que la capital asturiana ha de estar presente en el gran escaparate de Asturias como le corresponde.
También un ministro volvió a la feria para un acto inaugural diez años después. Fátima Báñez demostró que aun en funciones ha sido capaz de entender la relevancia del certamen más allá de las polémicas sobre los asientos o las discrepancias entre siglas. Aunque la Cámara de Comercio no lo ha tenido fácil para contar con el lustre de un miembro del Consejo de Ministros, la presencia de la titular de Empleo y Seguridad Social anima a pensar que los actos oficiales puedan contar con la cortesía y la relevancia institucional que merecen. Al menos, mientras los réditos políticos o las vanidades personales no aturdan al sentido común. El respaldo institucional es una de las pilastras sobre las que necesitan asentar sus proyectos los organizadores de la muestra internacional y los miles de personas que encuentran en ella un escenario para las costosas estrategias comerciales de unos o los modestos negocios de otros, todo ello importante para la economía de una región que se ve reflejada en el espejo de la Feria. En esta ocasión, con la esperanza de encontrarse un poco más favorecida. Siempre habrá quien prefiera simplificar el certamen a la búsqueda de pokémons o a un socorrido bocata. Y hace bien. La entrada incluye el derecho a gozarla a su antojo. Aún más, la posibilidad de recorrer la feria como a uno le viene en gana cada vez es una de las cualidades que ha hecho tan singular el certamen que Luis Adaro planteó como una aportación desde Gijón al desarrollo de Asturias y del que muchos dudaron con evidente desacierto. La Feria se ha ganado el derecho a que todos los asturianos la sientan suya y a pedir las mejoras que el tiempo hará inaplazables. Por eso, quienes tienen la responsabilidad de contribuir desde sus cargos a que la Fidma resurja cada verano como la asombrosa urbe donde más de dos mil empresas se encuentran con sus clientes deberían evitar, al menos, que su implicación se reduzca a una foto, su análisis a la realidad virtual o su aportación a un bocadillo. La Feria que está por venir se merece mucho más.