EL MIEDO DE EUROPA

Un grupo de hinchas del PSV fueron grabados el pasado martes en la Plaza Mayor de Madrid mientras obligaban a unas mendigas a recoger de rodillas las monedas que tiraban al suelo. Llegaron a exigirles que hicieran flexiones o bailaran antes de entregarles su repugnante limosna e incluso quemaron billetes ante su cara para demostrar el desprecio que sentían por ellas. La Policía intervino para evitar que el escarnio continuase. Se llevó a las jóvenes humilladas. Los ultras holandeses celebraron su infamia con cervezas hasta la hora del encuentro que enfrentaba su equipo con el Atlético de Madrid. Dos días después, un aficionado checo orinaba sobre una mujer que pedía arrodillada en el puente de Sant’Angelo, en Roma, mientras sus acompañantes festejaban la acción entre risotadas. Ambos rebaños estaban formados por europeos, educados en países cuyas leyes consagran la igualdad, gobernados por políticos que reivindican la tolerancia y que han acordado devolver a Turquía a todo inmigrante que ponga sus pies en las costas griegas.
Los mandatarios de la desunión europea consideran que la solidaridad de sus ciudadanos alcanza para repartirse 72.000 refugiados. El resto serán repatriados a territorio turco en horas o días, a lo que dedicarán sus esfuerzos cuatro mil funcionarios. Las autoridades europeas han prometido al Gobierno de Ankara acelerar su integración en el club comunitario, eliminar la necesidad de visado para que los ciudadanos turcos viajen por Europa y entregar a Recep Tayyip Erdogan seis mil millones de euros para que atienda a los desterrados. A cambio, Turquía garantiza que hará de sus fronteras un muro para quienes desean alcanzar los prósperos territorios de sus futuros socios, que hasta el momento solo han logrado reasentar a un millar de las 45.000 personas que malviven en los improvisados campos de acogida de Grecia. Quienes lleguen a partir de ahora, refugiados o no, tendrán la consideración de ‘migrantes irregulares’, el término que permitirá expulsarlos con más rapidez y menos trámites. Para que el proceso tenga garantías legales serán devueltos al otro lado del Egeo «de uno en uno» bajo la supervisión de la ONU. La UE confía en que este acuerdo resulte suficiente para frenar a las mafias que se aprovechan de quienes están dispuestos a jugarse en el mar una vida que en sus países dan por perdida. Turquía, que hasta el momento había acogido a casi tres millones de sirios desplazados por la guerra a cambio de mucho menos, cree que ha cerrado un buen negocio. Ambas partes encuentran motivos para estar satisfechas. «Hemos logrado un acuerdo razonable, conforme a la legalidad y que pretende dar una respuesta eficaz al drama actual». Palabras de Mariano Rajoy.
Los líderes europeos no pueden permitir que sus ciudadanos contemplen imágenes de niños ahogados en las playas, durmiendo sobre el barro en improvisadas tiendas de campaña, exhaustos por las interminables marchas o a punto de fallecer aplastados por las oleadas humanas que intentan sobrepasar los puestos fronterizos. Pero carecen de la valentía necesaria para defenderlos de quienes les empujan a la muerte y la generosidad suficiente para no considerarlos una amenaza a su bienestar y su seguridad. Pretenden un imposible: actuar conforme a los principios que sostienen sus democracias y aplacar la xenofobia que alimenta un fascismo creciente. Con el fin de apartar el problema de su vista, han decidido sacar a los inmigrantes al patio trasero, pese al riesgo de crear un colosal gueto a sus puertas, con la misma cobardía con la que permiten que sean humillados en sus calles. Europa no debería temer a los ‘sin papeles’, sino a los engendros de su propio miedo.