Decíamos cáncer como un susurro, en el mismo tono en el que hablamos de las maldiciones, de lo que tememos porque no podemos asumir ni sabemos explicar. Ni siquiera nos atrevíamos a nombrarlo. Musitábamos sobre una larga enfermedad, como si no decir su nombre nos conjurase contra ella. Ahora dedicamos un día, el 4 de febrero, a recordar que tenemos con él una lucha inaplazable. Nos asusta menos porque sabemos más de él. Pero sobre todo, porque nos sentimos capaces de desafiarlo, de mirarlo de frente y pensar que algún día conseguiremos vencerlo aunque muchas veces también él nos recuerde, dolorosamente, su impiedad. Sabemos que está ahí, una constante amenaza, pero también que otras veces podemos ganarle la partida. Aunque no pare de crecer. En Asturias, más de 7.400 personas reciben cada año el diagnóstico más temido. El envejecimiento de la población y la persistencia de algunos hábitos de vida poco saludables explican que la incidencia del cáncer mantenga un constante incremento. Pero el 60% de los casos tendrán cura. Infinitamente más de lo que podíamos imaginar hace no tanto. El éxito de este porcentaje tiene muchos nombres. De científicos dispuestos a dedicar su vida a investigaciones esenciales por poco rentables y reconocidas que les resulten. De médicos empeñados en conseguir que los tratamientos, por costosos que sean, acaben por llegar a todos. De los miles de personas agrupadas en organizaciones como la Asociación Española contra el Cáncer. De quienes han padecido la enfermedad y nos han demostrado que antes que nuestra resignación, necesitaban nuestro apoyo, nuestra implicación más que el desánimo. Su testimonio ha cambiado por completo la percepción de nuestra sociedad sobre el cáncer. Ellos, héroes anónimos, han conseguido convencernos de que el cáncer no es una batalla perdida, sino una guerra que debemos ganar. Sin quedarnos en los gestos ni en las buenas intenciones.
La lucha contra el cáncer depende tanto de nuestra aportación a estas entidades como de exigir a las administraciones que sus obligadas buenas palabras se traduzcan en los recursos necesarios para los equipos de investigación y los programas médicos. Las modestas aportaciones de millones de ciudadanos han conseguido que el presupuesto de las organizaciones no gubernamentales suponga una fuente de financiación vital para muchos científicos. El año pasado, solo la Asociación Española contra el Cáncer dedicó 21 millones a proyectos de investigación. Pero esta admirable corriente de multitudinaria solidaridad no ha conseguido evitar los recortes, menos visibles en la ciencia que en las infraestructuras. El tan reivindicado plan nacional contra el cáncer ha encallado en los vaivenes políticos y los bloqueos presupuestarios. Por eso, el próximo 4 de febrero será un buen día para reconocer a nuestros pacientes héroes, pero sobre todo para reivindicar que el compromiso de nuestros políticos no se limite a un bonito discurso.
Fotografía: José Vallina