COOPERACIÓN EUROPEA

El horror, aunque sea causado por la sinrazón, también suscita preguntas. Plantearlas forma parte de la humanidad que nos distingue de los fanáticos. Por eso nos cuestionamos cómo es posible que los terroristas que atentaron en Bélgica y París cruzasen las fronteras con su equipaje de bombas y fusiles kalashnikov sin despertar sospechas, que el Gobierno belga fuera incapaz de encontrar al hombre más buscado de Europa, Salah Abdeslam, escondido a cuatrocientos metros de una comisaría o que no se tomaran precauciones cuando los servicios de inteligencia de media Europa sabían que un aeropuerto belga era el blanco inminente de los yihadistas. Los hermanos Khalid e Ibrahim habían cumplido condena por tirotear a un policía, utilizar armas automáticas y violar la libertad condicional. Turquía deportó en dos ocasiones a Ibrahim como sospechoso de mantener contactos con los radicales islámicos. Khalid aparecía en las listas de la Interpol. Sin embargo, la Policía belga no consideró necesario dedicarles ninguna vigilancia especial. Uno se suicidó en el aeropuerto de Zaventem haciendo explotar una maleta llena de explosivos. El otro se voló en la estación de metro de Maelbeek. Causaron 31 muertos y más de doscientos heridos.
Nuestro ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, ha admitido que España tenía indicios sobre el riesgo de atentados en Bruselas y reclama la necesidad de mejorar la coordinación entre las policías europeas, aunque advierte de que «cuando se habla de veintiocho no resulta tan fácil porque nunca se sabe quién va a ser el último destinatario de la información». Dicho de otra forma, el principal responsable de nuestros servicios de inteligencia cree que entregar información a alguno de nuestros aliados es lo mismo que darle pistas al enemigo.
Los errores resultan tan evidentes que el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ha recriminado a los socios comunitarios que aún no hayan adoptado las recomendaciones pactadas tras la masacre de París, el pasado mes de noviembre. Los gobiernos han prometido aplicarlas de inmediato. Pero la autocrítica también ha servido en los últimos días a los países europeos como coartada para señalar la incompetencia en materia de seguridad del Gobierno belga, que se ha visto obligado a reconocer «fallos importantes» y «negligencias» de sus funcionarios, pero al que se confía la vigilancia de las principales instituciones comunitarias. Son las contradicciones de una Europa que quiere borrar sus fronteras y levanta muros en su perímetro, que reivindica la integración y teme a los refugiados, que defiende una política exterior común y en la que cada país decide cuándo le toca bombardear Siria. Estas son, entre otras, las razones por las que nuestros ayuntamientos se han dividido en las últimas semanas entre quienes lucían la bandera europea y los que pretendían arriarla. Sin embargo, en todos ha permanecido a media asta durante los últimos días. En esta Europa de las paradojas existen valores en los que estamos de acuerdo todos menos quienes alimentan el terror, del mismo modo que nos sentimos belgas por mucho que los asesinos crecieran en las calles de Schaerbeek. En estos principios deberíamos encontrar las respuestas a muchas de nuestras preguntas. Algunas de las que nos hacemos tras la masacre de Bruselas no son tan distintas de las que se formularon tras los atentados de Madrid, Londres o París. También entonces se reconocieron equivocaciones. Y se hicieron promesas de cooperación…