Las despedidas se prestan menos al pancismo que las investiduras. Vicente Gotor entregará el bastón de mando con menos parabienes de los que recibirá el nuevo rector. Ocurre casi siempre y más si lo mejor que puede desearle a su sucesor son tiempos más benignos que los que le han tocado. El rector que en breve dejará de serlo, tal vez con cierto alivio, se convenció pronto de que debía hablar de lo posible y no de lo deseable. Las dignidades académicas no se preocupan por gusto por el consumo de la calefacción o el gasto en fotocopias. A estas cuestiones tuvo que dedicar buena parte de sus desvelos. Sus críticos le hubieran querido menos ecléctico y más dialogante. Seguramente, él habría preferido disponer de un presupuesto mayor. Pese a todo, dejará el cargo con cierta satisfacción. Considera que ha podido salvar muchos de los muebles que parecían condenados a los recortes. No ha sido poco, aunque para ello la Universidad haya tenido que apretarse el cinturón como un cilicio. Aún sin saber quién se sentará en su silla, le pide al nuevo rector que vea la institución «como un fin, no como un medio».
Cuatro candidatos optan al relevo: José Muñiz, Pedro Sánchez Lazo, Santiago García Granda y Agustín Costa. Las urnas decidirán el ganador. Afortunadamente. Al sustituto de Gotor la Administración regional le ha prometido que contará con «el mismo marco financiero estable», fijado hace un año por la firma de un convenio entre la Universidad y el Principado. Lejos de resultar un consuelo, el nuevo rector tiene garantizada su principal preocupación. Será la misma que la de su predecesor: el dinero. La Universidad de Oviedo cuenta con un presupuesto de 196 millones de euros. El 70% proviene del Principado, el 14% de las matrículas de los estudiantes, otro 14% lo aportan organismos públicos y privados para la financiación de proyectos de investigación, y el resto, irrelevante, proviene de ingresos atípicos. Con estos recursos, alcanza, entre otras cosas, para contratar profesores asociados con sueldos de quinientos euros al mes y catedráticos forzados a contentarse con lograr que sus mejores doctorados logren un buen empleo en el extranjero. También para mantener investigadores capaces de conseguir que la comunidad científica internacional preste atención a Asturias, aunque en el mejor de los casos tengan más reconocimiento que apoyo, puesto que sus recursos no son proporcionales a sus éxitos. Resulta extraño si se tiene en cuenta que todos los partidos del Parlamento asturiano están de acuerdo en que buena parte del futuro se encuentra en las aulas universitarias. Al menos eso dicen. Aunque luego hagan que la Universidad tenga que conformarse con sobrevivir al presente. En una región en la que hemos elaborado planes hasta para acondicionar los chiringuitos de playa, la Universidad continúa sin tener claros los suyos. Podría achacarse esta carencia a la autonomía universitaria, a la que en ocasiones se le atribuyen algunas de las asignaturas que el claustro tiene pendientes, si no fuera porque el Ejecutivo dispone de sobrados resortes para imponer sus decisiones, incluidas algunas como la construcción de un campus sin tener claras sus titulaciones o trocear una facultad con buena parte de la comunidad académica en contra.
Estas elecciones deberían suponer una oportunidad no solo para cambiar el papel timbrado, sino para ofrecer al nuevo rector la posibilidad de plantear el proyecto que necesita una institución en la que se forman más de 21.000 asturianos, que gestiona el 80% de los proyectos de investigación y desarrollo y cuyo principal patrimonio no es el inmobiliario, sino el conocimiento que atesoran sus dos mil profesores e investigadores. Cualquiera de los candidatos está capacitado para afrontar este desafío. Desde luego, si el magnífico rector queda reducido al papel de autoridad expendedora de títulos oficiales habremos equivocado el camino.