DEL ‘BREXIT’ A LAS URNAS

Los españoles acuden a las urnas en una Europa atónita por el portazo británico. Con una altísima participación y aunque por escaso margen, el Reino Unido ha optado por abandonar el proyecto de una Unión Europea atolondrada que fió su cohesión a los razonamientos sobre la necesidad de una política económica común en la que muchos de sus administrados han encontrado más razones para el escepticismo que para la ilusión. El ‘Brexit’, que no ha hecho más que comenzar, ha llevado el pánico a las bolsas, la incertidumbre a los políticos y la preocupación a las autoridades comunitarias de que otros países puedan seguir el mismo camino. La mayoría de los británicos han votado ‘leave’ con una mezcla de orgullo patrio, desconfianza en Bruselas y un inquietante repudio a lo extranjero. El argumentario de la conveniencia planteado desde la Europa continental y las autoridades financieras no ha conseguido inclinar la balanza a favor de la permanencia. Lo conveniente puede justificar una decisión, pero nunca ha resultado un buen motivo para convivir. El papel de España dentro de una nueva Europa en obligada reconstrucción será una de las tareas fundamentales que deberá afrontar el nuevo Gobierno. La necesidad de revisar el modelo europeo tal vez haya sido la única cuestión en la que han estado de acuerdo los candidatos a la Presidencia durante la pasada campaña electoral, aunque con evidentes discrepancias sobre los materiales idóneos para la reconstrucción de una casa común en la que sus inquilinos se entienden mejor por bloques que en las reuniones de la comunidad de vecinos, donde algunos atribuyen los problemas del inmueble a las goteras y otros a los cimientos.
España vota hoy con la impresión de haber vivido en una átona provisionalidad durante seis meses. Las elecciones de este domingo buscan poner fin a la situación de bloqueo originada por la imposibilidad de los partidos de alcanzar un acuerdo con los escaños que les otorgaron los comicios de diciembre. Sin embargo, el sentimiento de segunda vuelta no se corresponde con las garantías de gobernabilidad que ésta supondría. La nueva votación llega tras una campaña que los principales líderes habían prometido más austera, conscientes de que buena parte del semestre transcurrido desde los anteriores comicios supuso en gran medida un anticipo a cuenta. La campaña ha tenido como novedad el debate entre los cuatro líderes de los principales partidos, aunque más que por la confrontación de ideas o programas sus discursos han estado mediatizados por las sucesivas encuestas. Los sondeos han planteado la posibilidad de diversos pactos tras el 26-J que el recuento de papeletas convertirá en especulaciones, pero sobre todo, han mostrado con reiteración la importante masa de indecisos a quienes los candidatos se han esforzado por seducir, convencidos de que serán ellos quienes decidan su futuro político. El votante dubitativo, confuso, vacilante, desmotivado, o simplemente sin ganas declaradas de contestar con claridad al encuestador de turno ha supuesto el gran desafío para los partidos. Los colegios electorales examinarán la eficacia de su interpelación a la ciudadanía para que participe en unas elecciones a las que tal vez los votantes lleguen más cansados, pero en las que no se juegan menos.
La apelación sobre la trascendencia del voto se ha convertido en un tópico a costa de su saludable reiteración durante casi cuatro décadas de derechos y libertades consagrados por la ley, aunque no por ello ha perdido validez. Con las papeletas electorales, incluso con la abstención, juntos y en igualdad, decidimos tanto que nunca deberíamos considerarlo poco. Y menos ahora.