EL LEGADO DE GUSTAVO BUENO

Gustavo Bueno se despidió a la manera «de los estoicos, con las botas puestas», como deseaba. Sostenía que la filosofía «sirve para destruir» y la utilizó con empeño ante lo que consideraba fundamentado en la irracionalidad o la mitología. Sin componendas. Lo pagó con un cambio en su etiqueta social de ‘rojo’ a ‘lacayo del capitalismo’, de reputado académico a tertuliano, con una simpleza que su inteligencia no merecía. En plena dictadura, el profesor Bueno impartía clases con un par de policías entre los alumnos para frenar sus arrebatos izquierdistas. Años después, un grupo maoísta catalán irrumpió en su aula y le lanzó un bote de pintura a la cabeza. El referente de la izquierda pasó a convertirse en su antítesis. ‘Robesbueno’, llegaron a motejarle. La ultraderecha tampoco le dio tregua y llegó incluso a quemar su coche. Y durante décadas, Gustavo Bueno afrontó las críticas de asturianistas, pacifistas, feministas y progresistas por las provocativas afirmaciones con las que obsequiaba a quien tuviera el interés de acudir a sus conferencias o preguntarle en una entrevista. Desaprobaciones e incluso amenazas que nunca parecieron causarle mella. Al menos, no le arredraron. Tal vez íntimamente vivía convencido de que su sistema filosófico trascendería estos chaparrones. Quizás asumía que la aspiración de los pensadores de cambiar el mundo, aunque sea por electrochoque, exigía una penitencia de la que nunca rehuyó, aunque le costase algunas distinciones. Su magisterio las hizo innecesarias.
Del porvenir dijo en sus últimos años que el futuro, del que a su edad esperaba poco, «está por escribir». Tras su fallecimiento, la Universidad de Oviedo siente que las líneas que continuarán la historia de la filosofía contemporánea deberían comenzar a partir del último punto y seguido del autor de la teoría del cierre categorial. El rector, Santiago García Granda, ha reivindicado el ejemplo del catedrático para orientar la travesía de la academia en tiempos, los actuales, nada sencillos. No es de extrañar el convencimiento universitario de mantener en su proa las enseñanzas del catedrático cuya jubilación motivó una protesta estudiantil sin precedentes. Sorprende en cambio que existan tantas dudas sobre el futuro de su fundación y su biblioteca, que reúne cinco mil volúmenes recopilados por el filósofo y sus discípulos. Su familia no descarta trasladar esta colección a La Rioja, la tierra natal de Bueno, donde descansan sus restos y en la que están seguros que esta aportación cultural será recibida con los brazos abiertos. No se trataría de la primera ocasión en la que el valioso legado de un intelectual tan vinculado a Asturias termina lejos de la región que debería convertirse en su albacea natural. En ocasiones, por el deseo inalterable de sus herederos. Parece difícil en el caso de una familia que se siente tan asturiana como un hombre que eligió su refugio de Llanes para vivir sus últimos días. Pero tampoco resultaría nuevo que el Principado pierda una extraordinaria donación por su incapacidad para valorar su importancia o gestionar mantenimiento. El ‘Tabularium Artis Asturiensis’ ha sufrido durante años la miopía de quienes anteponen sus cuitas personales con Joaquín Manzanares y sus herederos al valor de su legado.
No se trata de facilitar prebendas ni prometer presupuestos inasumibles a quienes ahora son los legítimos depositarios de los bienes de Gustavo Bueno y los derechos sobre su obra. Aunque tal vez demostrar un interés a la altura de las circunstancias, dejar a un lado los supuestos agravios y separar lo esencial de lo anecdótico contribuya más a este objetivo que los compromisos económicos. Pensar, en definitiva. Nunca más apropiado el momento para salir de las cavernas de los prejuicios. Supondría en sí mismo un merecido homenaje a uno de los grandes pensadores del siglo XX. El objetivo de las instituciones no debería ser otro que convertir a los asturianos en los beneficiarios más directos de la labor intelectual de un hombre que hizo de su cátedra y del autodenominado ‘grupo de Oviedo’ una referencia internacional. La Universidad, la Consejería de Cultura y el Ayuntamiento de una ciudad sobre cuya alma llegó a teorizar Gustavo Bueno tienen ante sí la ocasión de demostrar el patrón con el que Asturias mide la cultura.