La noche de los Fuegos anticipó una semana en la que el estrépito del pacto entre el Partido Popular y Ciudadanos despertó de su letargo a la clase política, pero en la que los sufridos votantes no han encontrado el consuelo de pensar que se ahorrarán la tercera cita con las urnas en un año. La meteorología pareció resuelta a rendir homenaje a un país que intenta vislumbrar su futuro en la bruma y buena parte del presumible fulgor de la exhibición pirotécnica quedó difuminado por la densa niebla y la ausencia de viento. Nada que no se pudiera esperar en la costa cantábrica y que ha permitido a unos plantear el aplazamiento del festejo más multitudinario del verano gijonés como una opción, a otros explicar la imposibilidad de programar a salto de mata el lanzamiento de una tonelada de material explosivo y a todos mantener el anhelo de regresar el año próximo al Muro con una emoción renovada.
Otra cosa es el espectáculo de la política española, que amenaza con un petardazo final por mucho que al público se le agotara la paciencia hace meses. Mariano Rajoy, decidido al fin a firmar un pacto ineludible, ha fijado la sesión de investidura con el desafío implícito de que su fracaso puede conllevar una nueva votación el 25 de diciembre, entre turrones y villancicos, en un esperpento electoral fechado para atribuir a la intransigencia de los socialistas un año de gobierno en funciones, la posible falta de presupuestos y el varapalo con el que la Unión Europea está dispuesta a castigar la desidia española. Sin embargo, Pedro Sánchez mantiene su ‘no’, alentado por los sondeos que endulzan sus oídos con un repunte del PSOE y la pérdida de fuelle de Podemos, una inyección de vitalidad para quien asistía a la construcción de un patíbulo en su jardín.
Mientras, el Gobierno asturiano prepara el borrador de sus presupuestos a ciegas ante la falta de datos de la Administración central y la certeza de que su aprobación estará marcada por el devenir de los acontecimientos en Madrid. Por mucho que los políticos regionales estén obligados a proclamar lo contrario, la conjunción de dos partidos dispuestos a pactar las cuentas que necesita el Principado al margen de los intereses de sus líderes nacionales resultaría un acontecimiento inaudito. Un escalón más cerca de la ciudadanía, los ayuntamientos también sufren las consecuencias de la falta de interlocución y actividad de un Consejo de Ministros predispuesto a la cesantía con la excepción del Ministerio de Hacienda, cuyo titular repasa periódicamente las tuercas de las administraciones para velar por el cumplimiento del déficit, convertido también en un arma para la negociación. De la capital de España, donde las siglas libran una batalla de desgaste, no llega a las consejerías y las alcaldías más que algún otro sobresalto en forma de carta ministerial fruto de este empeño o las ineludibles cortesías que conllevan los actos públicos.
Por el momento, los partidos se contentan con esperar acontecimientos y especular con los efectos de la aplicación del pacto anticorrupción asumido por los populares, que ha llevado a preguntarse si alcanza para exigir la dimisión de los políticos locales imputados que aguardan una sentencia judicial para decidir su futuro. La dirección del PP en Asturias, que sostiene en un veremos a su portavoz en el Ayuntamiento de Oviedo, espera que no sea así.
En tanto que los equipos designados al efecto lo aclaran, los populares prefieren centrar sus comparecencias en su oferta al PSOE de negociar el presupuesto autonómico para 2017. Han tendido su mano para evitar las cuentas «radicales» que, a su juicio, depararía la intención manifestada por los socialistas de buscar el entendimiento entre los partidos de izquierda. El resto de las fuerzas políticas asturianas también se han lanzado al debate presupuestario: Foro demanda «un cambio» para sumar un voto afirmativo que se antoja imposible, Izquierda Unida subraya los riesgos de mantener a la región en una situación de permanente prórroga y Podemos advierte de que su apoyo estará supeditado a que la propuesta del Ejecutivo se distancie, y mucho, de la que logró el respaldo del PP en 2015. Escaramuzas estivales de un debate todavía inconcreto, alumbrado por los fuegos artificiales con los que los partidos han consumido casi dos meses desde el último escrutinio. Política pirotécnica cuyos compromisos también parecen depender del viento de las encuestas. Y como la pólvora quemada, tampoco da para más.