EL FUTURO DE LA SIDRA

Gijón despide el mes de agosto con una fiesta de la sidra que cumple veinticinco años. Cuatro días dedicados a una bebida con mucho que celebrar y reivindicar, que ha capeado los embates de la crisis con la certeza de que su futuro depende ante todo de sus propios aciertos. Los lagareros han buscado nuevos consumidores con sidras naturales, espumosas, de mesa, de hielo o sin alcohol capaces de afrontar sin complejos cualquier comparación. Los lagares asturianos embotellan cada año cuarenta millones de litros de sidra, casi tres de ellos con la etiqueta de la denominación de origen. Las rencillas entre grandes y pequeños, tradicionales e innovadores, partidarios o detractores de las marcas de calidad han quedado acalladas por el convencimiento de que el verdadero riesgo está en el inmovilismo.
La sidra cuenta con la experiencia de empresas que han cimentado su crecimiento en la exportación desde hace más de un siglo y el espíritu emprendedor de bodegas que han logrado mejorar las cualidades de sus caldos sin renunciar a la autenticidad. El sector conjuga hoy el emblemático escanciado con las nuevas formas de consumo; la tradición con inversiones que le han hecho más competitivo. En este camino, los productores encontraron el apoyo de hosteleros que han sabido potenciar con éxito zonas urbanas de referencia para el consumo de la sidra y de un sector turístico que ha visto en los lagares parte de la oferta capaz de resistir la temida estacionalización. También las administraciones han querido poner de su parte a través de eventos promocionales e iniciativas como la marca de calidad para las sidrerías. Sin embargo, resulta difícil no percibir en los lagareros la impresión de que la atención que reciben está lejos de la que merecen. Tal vez de tan cercana, la sidra queda en demasiadas ocasiones postergada.
Durante el último salón de la Sidra de Asturias, la consejera de Medio Rural, María Jesús Álvarez, destacó el «mucho margen de crecimiento» y aseguró que el Principado mantendrá su esfuerzo en la búsqueda de nuevos mercados dentro y fuera de España. El gerente del consejo regulador de la denominación, Daniel Ruiz, ha señalado como objetivo más inmediato una mayor promoción de la sidra a través de campañas en las que participen otras marcas de calidad de la región, los hosteleros y la Dirección General de Turismo. Sin grandes inventos ni fórmulas magistrales, en el camino de la perseverancia que ha ofrecido buenos resultados. No obstante, una región tan aficionada a redactar planes de toda índole echa en falta propuestas capaces de aglutinar a todos los que tienen algo que decir sobre el futuro de la sidra, que en buena parte está más allá del autoconsumo asturiano. El trabajo de los empresarios durante los últimos años merece el interés y el esfuerzo necesarios para impulsar un plan que permita mirar más allá de seguir aferrados al mismo palo. Al margen de excentricidades, con metas realistas, planteamientos capaces de incentivar la colaboración entre los lagareros y medidas concretas que alcancen desde las pomaradas, que requieren potenciar aún más la plantación de manzanos autóctonos, hasta los puntos de venta. Solo algunas destacadas marcas han logrado sostener una importante red comercial en el mercado nacional e internacional. El resto del sector, cuya atomización limita su capacidad exportadora, necesitaría un marco favorable para cimentar su expansión. En definitiva, un contexto que permita a los empresarios una mayor ambición que el aumento anual de la producción, una simplificación del éxito que puede resultar tan engañosa como medir el aprecio de los asturianos hacia la sidra por el número de escanciadores que cada verano se reúnen en la playa de Poniente para batir un récord que en esta edición quedó para el próximo año.