Javier Fernández y Mariano Rajoy han tenido que dar un paso al frente en la última semana y superar incluso el discurso de sus propios partidos para enderezar el rumbo de la investidura. El líder socialista tiene ante sí la complicada tarea de acallar los ecos del ‘no es no’ que Pedro Sánchez había convertido en su grito de guerra. Al presidente en funciones no le ha quedado otra que llamar al orden a quienes en el PP quisieron aprovechar la situación para exigir poco menos que una humillante rendición incondicional del principal partido de la oposición. Ambos están convencidos de que las terceras elecciones supondrían un desastre. Y poco ganan sus partidos con otros comicios. El PSOE, fracturado y sin tiempo para preparar un candidato, solo podía esperar un batacazo electoral. El PP tampoco puede ignorar que parapetarse ahora en la intransigencia le restaría más apoyo que sus adversarios. Así que ambos dirigentes han apelado al discurso de la sensatez para acabar con el marasmo político propio de un estado fallido. El itinerario que ambos han elegido solo puede conducir a la investidura. Para facilitar el viraje socialista, Javier Fernández ha encontrado el concepto de ‘abstención técnica’, esto es, dejar que los conservadores gobiernen sin asumir más compromisos que el de ejercer una leal oposición. Este apoyo calculado, no más del preciso, permitirá al PP continuar en La Moncloa sin el riesgo de llevar a los socialistas a un atolladero que haga imposible el diálogo cuando las exigencias de Bruselas, el desafío soberanista o la financiación autonómica requieran una respuesta que sus 137 diputados no alcanzan a dar.
Quien alcanza la responsabilidad de gobernar debe asumir que los discursos bienintencionados solo sirven durante un tiempo antes de parecer excusas. Al poder Ejecutivo se le juzga por sus acciones más que por sus palabras. Mariano Rajoy y Javier Fernández lo saben. Y en Asturias, tareas tienen para demostrarlo. La más urgente para el Ejecutivo regional, la aprobación de unos presupuestos que conjuren el riesgo de una región encadenada a una prórroga que le impida tanto llegar a tiempo a una recuperación aún incierta como atender las profundas heridas que ha dejado la crisis. El Gobierno asturiano quiere que las cuentas reflejen la mayoría de izquierdas del Parlamento autonómico. Podemos e IU han advertido de que el respaldo a Rajoy aleja la posibilidad de un acuerdo. En mal lugar quedan los intereses de Asturias y sus políticos si sus cuentas solo dependen de lo que se decida en el Congreso de los Diputados. El PP asturiano, que durante la última semana ha reclamado altura de miras al presidente de la gestora socialista, dispone en este asunto de la ocasión de predicar con el ejemplo en su tierra. Si lo poco en lo que están de acuerdo todos los partidos es que una prórroga conduce a un insuficiente más de lo mismo algo más deberían hacer por evitarla que mirar a lo que acontece en Madrid.
El nuevo Gobierno central, amparado en su limitación de funciones desde hace un año, podrá actuar en el Principado con el sentido común que ha reclamado para facilitar la investidura. La variante de Pajares, la regasificadora de El Musel, la nueva depuradora de Gijón, la tarifa eléctrica o el futuro del carbón suponen para la región cuestiones demasiado trascendentales para aguardar al próximo cálculo electoral. Durante sucesivas legislaturas, el debate de los partidos sobre el futuro de Asturias se ha limitado a una tediosa y recíproca atribución de responsabilidades mientras sus decisiones acrecentaban el sentimiento de agravio respecto a otras autonomías. Nada más alejado de los intereses generales invocados durante las últimas semanas para ordenar la política española. Ahora que el camino anunciado es el de la sensatez, la clase política tiene en esta región un buen trecho para recorrer.