La definitiva sesión de investidura cumplió el aforismo sobre las segundas partes. Cuando el desenlace es previsible y el argumento reiterado, solo los actores pueden salvar una secuela. En el Congreso, ninguno de los protagonistas se salió del guion. Así que la emoción de la trama quedó para el afán por improvisar de los parlamentarios socialistas disconformes con el final escrito por la gestora y el intento de Pedro Sánchez por cambiar el título de la película con su renuncia al acta. Mariano Rajoy, en su papel de presidente, gallego y político avezado, tiró de socarronería y sentido de la distancia para ofrecer diálogo un día, reivindicarse otro, y dejar pasar las réplicas camino de la segunda votación. Pablo Iglesias recurrió a su versión más histriónica para tratar de acercarse a la calle y distanciarse del PSOE. Albert Rivera subió a la tribuna para mostrar sus dotes en la interpretación del delfín esperado por el centroderecha. Y Antonio Hernando, con el tiempo justo para aprenderse sus líneas y sin apenas ensayos, pasó de secundario de lujo a protagonista a regañadientes forzado por las circunstancias. Bastante hizo. Cada uno en su papel, olvidaron que la finalidad de una sesión de investidura es debatir un programa de gobierno antes de apretar el botón para votar. Todos tenían prisa. El PP, por celebrarlo, y el resto por contar los ‘noes’ de la bancada socialista.
Lo sustancial fue un resultado que permite a Rajoy iniciar su segundo mandato. Enhorabuena es lo primero que corresponde decir a un candidato elegido por la cámara que representa a todo un país. Y suerte, porque en su caso más que ninguno debería ser la de los demás. Dos campañas electorales y diez meses en funciones apremian el desempeño del nuevo ejecutivo, del que se espera mucho en Asturias, una región sobre la que Mariano Rajoy ha debido pensar bastante en las últimas semanas. Aunque solo sea por lo pendiente que ha necesitado estar de las idas y venidas del presidente asturiano a Ferraz y del empeño de Foro por recordarle durante esta investidura a dos vueltas el programa electoral firmado por su partido para concurrir en coalición. Y aunque siempre es mejor que un líder se guarde sus cavilaciones, los políticos con experiencia, algo que a Rajoy le sobra, deben sopesar las aspiraciones de quienes representan el poder territorial de su partido al nombrar un nuevo gobierno. El PP asturiano también tiene sus ambiciones y su presidente las conoce.
Más allá de eso, el Principado afronta esta legislatura con abundantes asuntos que exigen ser abordados con urgencia. Hace más de doce años que la Administración central colocó la primera dovela de una variante de Pajares que continúa lastrada más por la falta de presupuesto que por la inestabilidad de las laderas y las filtraciones de agua, por mucho que los problemas técnicos hayan servido de excusa. La regasificadora de El Musel sigue parada mientras en otros lugares de España, algunos no muy lejanos, instalaciones similares han sido puestas en marcha bajo la justificación de una necesidad estratégica. La minería del carbón reclama un futuro que se le ha negado desde Europa y por el que España no ha peleado lo suficiente. La empresa Hunosa, en otros tiempos emblema del sector público y ahora reflejo de su declive, ha iniciado un camino hacia la diversificación, incluso esperanzador, si desde Madrid se confía en ella más que para gestionar prejubilaciones, algo que está por ver. Bajo los terrenos del plan de vías de Gijón, adecentados como parque provisional, discurre un túnel cuyo destino es tan incierto como su estado. El Musel reivindica el papel que le corresponde en las conexiones con el exterior con más empeño que respaldo. Y el acero, que sustenta buena parte de la economía asturiana, necesita mejor defensa de la que ha tenido en los últimos meses.
La crisis ha azotado a todos. Es cierto. Pero los asturianos sienten que ninguna otra autonomía ha visto encallarse tantos asuntos esenciales para su economía. Lo dicho. Nuestra región tiene mucho que esperar del nuevo Gobierno. Desde luego, más que una compensación en reconocimiento al sentido de estado de su presidente autonómico. Por el momento, el PP asturiano ha esbozado su disposición a apoyar unos presupuestos regionales de los que se ha debatido su ideología más que sus partidas. Y poco más. Si el debate que ha permitido la investidura de Rajoy ha marcado, como proclaman sus protagonistas, el inicio de una nueva era en la política española, aquí tienen el mejor lugar para demostrarlo.