El descarrilamiento de un tren que transportaba carbón entre El Musel y León cortó el viernes la comunicación por ferrocarril con la Meseta toda la tarde. Casi a la misma hora del accidente, el Alvia que realizaba el trayecto Madrid-Gijón sufrió una avería que le mantuvo parado durante veinte minutos. Cuando consiguió arrancar, recibió la orden de regresar a Busdongo. El convoy de mercancías siniestrado bloqueaba el paso en la rampa de Pajares, así que Renfe optó, una vez más, por trasladar en autobús a los pasajeros. Llegaron a su destino con tres horas y media de retraso, salieron de Madrid después de desayunar y llegaron a Asturias para la cena. Es lo que tiene depender de un trazado decimonónico por el que circulan trenes del siglo XX. Es la deplorable situación de una línea férrea que unida a túneles de metro tapiados, estaciones provisionales que se eternizan y la falta de inversiones en matenimiento dibujan una situación tan pintoresca del ferrocarril en Asturias que solo algún país en vías de desarrollo resulta apetecible para compararse.
Cierto que el Gobierno central se ha gastado tres mil millones en la variante de Pajares. Con este presupuesto lo único que ha conseguido en quince años es que el aire circule por los túneles. Mientras aún se preguntan cuándo pasará por ellos el AVE, muchos asturianos viajan en coche a León para coger el tren a Madrid. Íñigo de la Serna visitó Asturias esta semana para otear lo que sus ciudadanos esperan de él. El titular de Fomento no se ahorró reuniones. Tomó café con la presidenta del PP, conversó durante noventa minutos con el presidente regional y dedicó una hora a escuchar los planteamientos de Foro. Aún tuvo tiempo de pasar revista a las obras de la autovía en Salas e incluso para recoger las quejas de la plataforma de los sufridos usuarios de los cercanías. Poco más de un mes tardó el ministro en presentarse en el Principado. Con ello demostró interés en conocer las necesidades de la región. Supo administrar su agenda para respetar el plano institucional, atender a sus socios en el Parlamento e incluso evitar incómodos encuentros entre quienes encarnan facciones enfrentadas dentro del PP asturiano. Signo de pericia política. En su comparecencia, su formación de ingeniero de caminos y la prudencia evitaron que repitiera los errores de algunos de sus compañeros de gabinete que se atrevieron a cantar las excelencias de la política de infraestructuras de su partido en una autonomía que durante los últimos años se ha sentido más agraviada que atendida en esta materia. De la Serna prometió «correr todo posible» para abrir la variante, pero sin garantizar que los trenes circularán por ella en 2017 como establece el acuerdo que Rajoy rubricó con Ciudadanos. Sabe que es prácticamente imposible, así que pidió tres meses para anunciar un compromiso factible.
Tiempo no le sobra con una legislatura. Su predecesora ya demostró lo difícil que le puede resultar a un ministro terminar una obra. En Asturias, Ana Pastor se conformó con finalizar la autovía del Cantábrico. El AVE no fue su prioridad. El nuevo titular de Fomento proclamó en Oviedo que para él la variante de Pajares sí lo es. A su favor cuenta con un consenso forjado por la crisis que ha llevado a los partidos, empresarios y organizaciones sociales del Principado a aceptar que una mejora en la línea entre Pola de Lena y Gijón es preferible a la promesa de un nuevo trazado de coste e impacto ambiental tal vez inasumibles. También las reivindicaciones de Gijón se han quedado en una petición más que razonable: buscar una fórmula de financiación para el plan de vías que permita construir una estación digna sin perder otros cuatro años en unas cuentas de la lechera que hasta el momento solo han permitido ajardinar un solar. Ninguna ciudad española con más de 250.000 habitantes recibe a sus viajeros en una estación de tren que supera en poco a un gran apeadero y una terminal de autobuses reducida a poco más que unos andenes. Pocos más argumentos que un par de fotografías debería necesitar el ministro para convencerse de la urgencia del proyecto. Y apenas un reloj y las cifras de viajeros para comprobar que los cercanías de la región circulan hacia la ruina.
Los asturianos no piden más que la posibilidad de viajar en tren a Madrid en menos de tres horas desde una estación que merezca ese nombre. Las empresas asturianas no demandan mayores ventajas que transportar sus mercancías a la misma velocidad desde El Musel o Avilés que desde cualquier otro puerto de España. Asturias no exige más que lo justo para dejar de sentir que el tren de Europa sigue parado en León.