El espectro de José Ángel Fernández Villa regresa al Parlamento con cada paso de la Justicia contra quien fue el hombre más poderoso del sindicalismo asturiano. Han pasado tres años desde que la Fiscalía Anticorrupción inició la investigación sobre la fortuna oculta del ex secretario general del SOMA, copado ahora por dos procesos judiciales, el que le acerca al banquillo de los acusados por meterse en el bolsillo el dinero destinado a pagar las obras del geriátrico del Montepío de la Minería Asturiana y el abierto a instancias de la organización que lideró durante más de tres décadas por utilizar la tarjeta de crédito del sindicato como si fuera la suya propia. Y cada vez que los jueces mueven un papel, el ruido del escándalo alcanza al Parlamento como el eco de un terremoto. Los partidos de la oposición miran a la bancada del Gobierno y recuerdan al presidente que el hombre que ahora visita los juzgados del brazo de su esposa, su hija y su procuradora presumía de ejercer el poder absoluto en el PSOE y dominar la política asturiana sin salir de Sama. En cada respuesta, el jefe del Ejecutivo insiste en que nunca ha negado su relación personal con Villa; también que no dejó pasar ni veinticuatro horas para expulsarlo del PSOE. Javier Fernández asegura que siente la tranquilidad de vivir sin temor «a lo que sepan ni a lo que digan los corrompidos». Dice no temer las «salpicaduras» que los partidos quieran lanzar sobre él porque «la contundencia y la rapidez» con la que los socialistas pusieron a su referente histórico de patitas en la calle «fortalecen mucho el alma para venir aquí y presentarme ante esta especie de comité de salud pública con un grupo de incorruptibles presidido por el Robespierre de bolsillo». Así están las cosas de la política asturiana, que encuentra sus metáforas en el reinado del terror de la revolución francesa.
La tranquilidad de espíritu de nuestros políticos nos interesa en lo que atañe a su honestidad y al buen gobierno. Su propensión a derivar el debate hacia la funesta tendencia jacobina de guillotinar al adversario puede resultarnos inquietante. Pero lo que más debería preocuparnos es recuperar el dinero de todos que acabó en casa de unos pocos. Las administraciones públicas y los sindicatos pactaron invertir seis mil millones en las cuencas para compensar el declive de los pozos de carbón. Su distribución la aprobaron el Gobierno central y los sindicatos, en facilitar que se gastaran colaboraron el Principado y los ayuntamientos, y a aportar ideas se sumó casi cualquiera que fuera escuchado por quien mandaba. Y José Ángel Fernández Villa mandaba mucho en casi todo. Sin su consentimiento nunca se hubiera construido una autovía, la minera, tan deprisa que se olvidaron los enlaces, añadidos luego; ni se habrían asentado en las cuencas un buen número de empresas, la mayoría cerradas en los últimos años. Imposible sin su beneplácito adecentar parques por decenas, asfaltar caleyas por kilómetros o edificar un campus antes de decidir qué estudios se impartirían. Ni mucho menos, se habría construido en unos terrenos alejados de los principales núcleos de población una residencia para la tercera edad con pretensiones palaciegas que costó 32,5 millones. Nada de eso se hizo sin el permiso y la tutela de José Ángel Fernández Villa. Pero tampoco sin la aquiescencia de quienes debían controlar el adecuado gasto del dinero público. Cerrada la cuantía de los fondos para apaciguar al belicoso líder hullero, poco se discutió de los proyectos a los que se destinaba, menos aún del riguroso control con el que deberían haberse tutelado unos fondos de los que dependía el futuro de unas comarcas condenadas. El presidente del Principado ha reconocido que una de sus mayores preocupaciones es la «decepción» que en el sindicalismo asturiano y en las filas socialistas ha causado afrontar que el hombre que sometía a todos a la romana de su moral guardaba en su casa 1,2 millones de origen injustificado. La desilusión alcanza más allá; a muchos en Asturias que ahora comparten con Villa la convicción de que el único buen negocio posible en las cuencas es un geriátrico.