La ola de calor sin tregua que agosta la política regional se ha llevado por delante a la consejera de Infraestructuras. Belén Fernández, cansada de padecer sofocos parlamentarios, sintiéndose maltratada por la oposición y desamparada por los suyos, ha tirado la toalla. Deja su puesto asfixiada por la situación límite de Sogepsa, el parón de la Zalia, el bloqueo político del área central y su reprobación por la ineficacia de sus medidas frente a la contaminación. Tan distanciada de los ecologistas como de las empresas, su perfil de gestora eficaz se ha derretido ante la previsión de las altas presiones que se pronostican para el Ejecutivo asturiano en los dos años que restan de mandato. Su fatiga llegó al punto de que el consejero de Presidencia, Guillermo Martínez, se vio obligado a sostener el escudo de su defensa en la Junta. Tampoco acudió la consejera a la cita con Íñigo de la Serna en Gijón. Belén Fernández prefirió no aparecer en la foto del anuncio ministerial de quinientos millones de inversión para el plan de vías de la ciudad y se evitó responder al órdago del Gobierno central en la tesitura de mantener su rechazo al proyecto pese a las mínimas exigencias de gasto para el Principado. Su decisión ya estaba tomada. Aunque muchos dentro y fuera del PSOE no lograban explicarse que Javier Fernández no hubiera aprovechado la marcha del titular de Industria un mes antes para rediseñar el Gobierno sin su consejera más impopular, esta muestra de confianza no fue suficiente para que Belén Fernández repensara su marcha.
Fernando Lastra, el diputado más veterano de la Junta, afronta la tarea de apagar los muchos incendios que hereda con la experiencia de 34 años de carrera política. Javier Fernández incorpora a la defensa del Gobierno a su mariscal de campo parlamentario. Nada de experimentos. Fidelidad más que demostrada en la batalla contra el ‘sanchismo’, en la que Lastra sostuvo la bandera de la actual ejecutiva de la Federación Socialista Asturiana incluso después de que su líder se retirara del congreso. Los partidarios de Javier Fernández esperan el avance de Pedro Sánchez a la conquista de un territorio político en el que el nuevo líder socialista se siente respaldado por la mayoría de la militancia tras las primarias. Una nueva generación está dispuesta no solo a asumir el control del PSOE asturiano, sino a exigir otras formas de hacer en un partido que consideran alejado de la ciudadanía. La llegada de Fernando Lastra suma al Ejecutivo a un consejero que ha fijado la doctrina socialista en todos los asuntos de importancia de la política asturiana de las últimas décadas, a un negociador rocoso y a un carácter que no rehúye de la refriega. Sus virtudes como látigo del PSOE en el parlamento, el temor de sus adversarios y la admiración de sus afines, situaron su nombre en las quinielas para todo durante años.
La izquierda, a quien Javier Fernández ofrecía un pacto apenas un par de horas antes de anunciar el relevo en la consejería, y la derecha, que ve en la dimisión de la consejera un triunfo político, coinciden en que el presidente asturiano ha optado por encastillarse junto a sus incondicionales. Huir de las probaturas tiene su lógica. Se necesita lealtad para permanecer en un gobierno del que formar parte supone arriesgar toda una carrera política. Los dos años de legislatura que restan amenazan con situar a los consejeros ante la complicada perspectiva de adoptar las decisiones que consideran necesarias a riesgo de chocar incluso con su propio secretario general. Nada más difícil para un ejecutivo que mantener la marcha con un Parlamento en el que cada comparecencia puede convertirse en una emboscada y sin la garantía de encontrar refugio en sus propias filas. Una prueba definitoria de la capacidad de un Consejo de Gobierno en un momento en el que la región necesita de quienes estén dispuestos a salir a la descubierta aún a riesgo de resultar quemados por el sol de la política asturiana.