¿Quién es la persona más famosa de tu país? «Mohamed aly». ¿Qué es lo que más te desagrada? «Una persona sucia». ¿Debemos leer muchos libros? «Nada». Son las contestaciones de un chaval de veinte años en una red social en la que los jóvenes se conocen a través de un sistema de preguntas y respuestas. Ahora no puede dedicarse a esos menesteres. Está en la cárcel acusado de apalear a Germán Fernández. En esas mismas redes se especula con la vinculación del grupo de agresores, que se identificó a sí mismo como ‘la manada’ en una fotografía, con colectivos ultras de diverso pelaje. La biografía de los detenidos refleja un progresivo embrutecimiento a través de un gazpacho ideológico de simplezas que mezcla el culto a la fuerza, la egolatría y la afición a la litrona que desembocó en una brutal paliza a un joven que solo trató de mediar para que dejaran de vapulear a un amigo. Nadie con dos dedos de frente puede justificar una violencia tan gratuita, pero quienes golpearon a Germán ni siquiera parecen haber entendido la gravedad de su comportamiento. De no ser así, sus amigos nunca se hubieran atrevido a rendirles homenaje en la fiesta del Carmín. Tampoco comprenden los motivos por los que terminan en comisaría la mayor parte de los arrestados, cada vez más jóvenes, por las agresiones sexuales. No es la violencia de sus delitos lo más alarmante, sino la inconsciencia con la que cometen sus fechorías y la despreocupación por las consecuencias.
Las denuncias por abusos han aumentado porque la educación de varias generaciones ha reducido el estigma de culpabilidad de las víctimas, pero no la incapacidad de los agresores para entender el significado de una negativa. La violencia entre los jóvenes o las agresiones sexuales en las fiestas no son algo nuevo. Sí las condiciones en las que se producen. Aderezadas con el absoluto desenfreno que provoca la mezcla de alcohol, drogas y la falta de autocontrol.
Pese a los cambios en las leyes de consumo, los bebedores son cada vez más jóvenes. El modelo de ocio ha cambiado mucho, dudo que para mejor. La solución no es sencilla. Políticos, psicólogos y fuerzas de seguridad coinciden en que pasa en gran medida por la educación que reciben los adolescentes en sus familias y en los centros de enseñanza. Antes de alcanzar la mayoría de edad, los principios con los que vivirán ya están enraizados en su personalidad. Por desgracia, cuando se discuten las leyes educativas los partidos comienzan por buscar una atractiva fórmula con la que convencernos de que mejorarán los resultados académicos de nuestros hijos y terminan enfrentados por incluir o suprimir asignaturas en función de sus postulados ideológicos.
No existe diputado en el Congreso al que resulte necesario convencer de la necesidad de un gran pacto educativo que se adapte a la nueva realidad social y cimente la democracia en la que deseamos vivir durante las próximas décadas. Pero esos mismos políticos creen improbable alcanzar ese acuerdo en esta legislatura, con el Gobierno tan ocupado en lograr apoyos de supervivencia y la oposición atareada en darse codazos para ampliar su espacio respecto a las siglas de la competencia.
Los jóvenes que apalearon a Germán Fernández estudiaron en los mismos colegios que sus víctimas y que quienes dirigirán este país en los próximos años. Duele afrontar nuestra incapacidad para evitar que campen por nuestras calles jóvenes que salen a buscar camorra cada noche; estremece observar que a los compañeros de pupitre de quienes dan las palizas les parezcan tan inevitables estos comportamientos que renuncien a combatirlos. Al fin y al cabo, alcanzada la madurez siempre habrán tenido a su alrededor un cierto número de impresentables por metro cuadrado a los que padecer con resignación. Llegado el momento de tomar decisiones, tal vez miren atrás y simplemente digan lo mismo que ahora escuchan de sus mayores. Y no harán nada. Pese a todo, no pierdan la esperanza. Esta semana, cientos de personas salieron a la calle para gritar que ‘todos somos Germán’. Faltan palabras para agradecérselo.