La política ha encontrado este año una zona franca en la urbe que cada verano bulle a orillas del Piles. Más allá de las susceptibilidades del acto inaugural, casi tan tradicionales que pronto estarán incluidas en el guion del protocolo, el territorio comanche que en otras ediciones fuera el recinto ferial para los políticos asturianos ha dejado paso a la cortesía institucional que abre las puertas a un entendimiento hasta hace poco inesperado. Tal vez por la moderación que requiere gobernar en minoría, quizás porque las administraciones perciben el hastío que provoca en los ciudadanos el discurso del apedreamiento, sin duda ante la necesidad de demostrar a los asturianos que gobernar es más que pilotar a la deriva, la Feria de Muestras, alcanzado su ecuador, ha dejado imágenes de diálogo y esperanzadores anuncios de inversión. Asumidas sus discrepancias, el Gobierno central, el Principado y el Ayuntamiento de Gijón se han encontrado, no solo para saludarse, lo que en algunos casos ya resulta una novedad, sino también para expresar sus compromisos con los grandes proyectos paralizados por las estrecheces de la recesión, que también cobijaron muchas excusas. La necesidad de impulsar la alta velocidad ferroviaria, la urgencia de convertir el ‘solarón’ en una estación, la importancia de sumar El Musel a la red europea de autopistas del mar o la inaplazable obligación de desbrozar el camino de la recuperación con políticas que la hagan posible han marcado los discursos y las actitudes. La Feria de Muestras ha reivindicado este año su protagonismo como municipio de todos y lugar de encuentro de las muchas Asturias que llamamos Principado.
Los nuevos tiempos de los que tanto se habla y por los que tan poco se ha hecho aún requieren mucho más que la dimisión de Antonio Trevín, que tras una trayectoria que alcanza al menos para dos carreras políticas, ha decidido iniciar etapa en una empresa de laminados de zinc antes que quedarse en el Congreso de los Diputados en el papel de decorado. El futuro que deberíamos anhelar, distinto del inquietante porvenir que a veces se vislumbra, demanda más que la reivindicación etérea del cambio, la disputa por el cuño ideológico o la apropiación del logro en la que tantas veces se han quedado nuestros políticos. Si alguna lección nos ha dejado la crisis, a la que tanto deseamos despedir por mucho que algunas de sus peores consecuencias pervivan, ha sido que los discursos bienintencionados solo sirven cuando inspiran las acciones que los suceden. De lo contrario, apenas alcanzan para la aclamación de los incondicionales, la réplica de los adversarios o la publicación de antologías. Pero es importante que las palabras y las actitudes cambien para salir de la cómoda atonía de la confrontación en la que la falta de recursos ha llevado tantas veces a las administraciones. La Feria de Muestras, un espacio al menos tan bueno como cualquier otro, ha ofrecido a los políticos, una edición más, un escenario en el que exponer maneras distintas a las que tanta consideración les ha restado. También para encontrarse con una Asturias más real de la que permiten conocer los despachos repletos de prejuicios y estadísticas aderezadas a conveniencia, donde oír lo que tienen que decirles los empresarios, los trabajadores, las organizaciones sociales y hasta los ocurrentes cómicos que han sacado los colores a más de un parlamentario en las avenidas de la ciudad ferial. Resulta esperanzador observar que algunos parecen dispuestos a escuchar pese a las discrepancias. Queda por ver si tan buena disposición sobrevive al estío.