La Fundación del Español Urgente se ha despedido de 2017 con el reconocimiento a un término que a su juicio merece ser destacado por su interés lingüístico, informativo y social. Aporofobia ha sido elegida palabra del año. Fue acuñada en 1995 por la filósofa Adela Cortina. Con ella quiso enmendar el uso inapropiado de palabras como xenofobia, empleadas para referirse al rechazo hacia los inmigrantes o refugiados cuando esa aversión no se debía a su condición de extranjeros. La demostración de que muchos individuos son más clasistas que racistas se aprecia en el respeto, incluso admiración, que profesan a los personajes acaudalados de una raza a la que aseguran despreciar. En realidad, a quien se repudia es al menesteroso. El uso de este neologismo, incorporado al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española el pasado mes de septiembre, no es frecuente. Otros términos valorados en esta singular elección, como bitcóin, noticias falsas o turismofobia se han hecho mucho más populares. Sin embargo, la elección es acertada. El calendario que cualquiera de estos días tiraremos a la basura ha alimentado esta fobia tal vez mucho más de lo que podamos imaginar.
2017 pasará a la historia como el año en el que descubrimos que una superpotencia también puede ser gobernada por un bocazas, doce meses en los que el terrorismo nos ha recordado con desgarradora frecuencia que la barbarie, por desgracia, no descansa, durante los que por primera vez desde que nos regalamos la democracia hemos sentido que nuestro país estaba a punto de romperse. Ha sido un año en el que miles de personas han llamado a la puerta de una Europa que ha cerrado sus fronteras y olvidado sus compromisos amedrentada por el resurgir de sus demonios. Pero a veces las amenazas inminentes ocultan las desgracias duraderas. La crisis que tanto deseamos olvidar ha dejado miles de nuevos pobres: jóvenes para los que la igualdad de oportunidades será una promesa incumplida, ancianos sin recursos, parados sin ocasión de dejar de serlo e incluso trabajadores a quienes el sueldo solo les alcanza para continuar en la pobreza. Familias en las que la penuria será la única herencia y que además de luchar contra la miseria tendrán que enfrentarse al recelo, la incomprensión y hasta al desprecio. Cáritas cierra cada año con un informe. En el último de ellos advierte de que el 80% de los niños nacidos en familias pobres no tendrán una vida mejor cuando sean adultos. La mayor parte de ellos estarán condenados antes de cumplir la mayoría de edad, sin la posibilidad de avanzar en su educación más allá de los estudios básicos.
Ante estas situaciones, emerge casi siempre lo mejor del ser humano, aunque también el miedo y el odio rebrotan con facilidad. Bautizar la realidad nos hace más conscientes de ella. Aporofobia nos sirve para nombrar la estupidez de quienes desprecian a los pobres, también para describir su bajeza y alertarnos de sus peligrosas consecuencias. No es una palabra bonita, no resulta agradable de decir ni sencilla de recordar. Pero nos permite definir un desprecio que en muchas ocasiones se justifica con falacias o se disfraza de temores infundados. Por eso solo cabe desearle el peor futuro, el arcaísmo que condena a los vocablos innecesarios. Y a usted, que tenga el mejor año posible y nunca necesite utilizarla.