Hace una década andaban las universidades intentando adaptarse a marchas forzadas al llamado ‘plan Bolonia’, el modelo con el que Europa quiso transformar la educación superior, modernizar el sistema de enseñanza de una institución anclada en sus costumbres y preparar a los jóvenes para la sociedad que estaba por venir. Mucho debatieron políticos y rectores de un cambio impuesto con más expectativas que recursos. Fue una etapa convulsa en la Universidad asturiana, que afrontó la reforma con el convencimiento de lo inevitable y menos presupuesto del adecuado. Hubo quien se preguntó si no había llegado el momento de implantar nuevas carreras. Se habló entonces de Arquitectura, Bellas Artes, Periodismo y Organización Industrial, cuatro carreras anheladas por los estudiantes. La prudencia aconsejó a los responsables del rectorado no mezclar la compleja reorganización exigida por Bruselas con la onerosa creación de titulaciones. Bastante lío había en el edificio histórico con afrontar el desánimo de los profesores, los recelos de los alumnos y administrar tres campus, uno de ellos, el de Mieres, con la mayor parte de las aulas vacías.
En mitad de aquel embrollo hubo quien tuvo el sentido común de preguntar a quien sabía. Aurelio Menéndez, cuya reciente ausencia aún no ha permitido a muchos percatarse de cuánto echarán en falta su consejo y el amplio legado que deja, habló de aquello sin criticar a nadie –no era su estilo–, pero con la lucidez de quien conoce el camino que la mayoría tardará años en recorrer. El eminente jurista reconoció que su mayor preocupación era la gran distancia que separaba a la academia de la realidad. «La Universidad ganaría eficacia en la gestión si se acoplara más a las necesidades de la sociedad. Aunque Asturias siempre prestó atención a los estudios técnicos, quizá pueda dedicarse aún más, porque sobre todo para esta tierra nuestra es oportuno contar con más ingenierías», comentó en 2006 quien fuera ministro de Educación y preceptor del Rey Felipe VI. Sus palabras y las de otros sabios no cayeron en saco roto. La mayor parte de los políticos, profesores y notables de la región asumieron sus opiniones como propias. El afán de la Administración por atar en corto a la educación, la desconfianza de los empresarios y algunos docentes, también hay que decirlo, demasiado celosos de su trabajo para abrir las puertas de sus departamentos, alejaron los discursos de los hechos, aunque nada complicó tanto el camino de la Universidad como la política del cuentagotas con la que recibió un presupuesto calculado más para su supervivencia que para lo que se debería esperar de ella. Pese a todo, ha sido capaz de desarrollar investigaciones de referencia internacional en materias como el cáncer, cuenta con un puñado de profesores de cita obligada en España, ha alumbrado en sus aulas unas cuantas empresas de éxito y ha situado a sus alumnos más destacados en puestos directivos por todo el mundo.
Muchos de estos logros se han sustentado más en la extraordinaria capacidad de algunos docentes e investigadores para nadar a contracorriente y en el apego a su ‘alma mater’ que en las facilidades para llevar a cabo sus proyectos. Se han acostumbrado a pedir poco más que lo necesario y a recibir lo imprescindible. Pese a todo, a la Universidad asturiana le cuesta asumir como una fatalidad inevitable la condición de pasajero de segunda clase en la educación española. Desde hace años, la Escuela Politécnica de Ingeniería defiende la urgencia de ofertar un grado de Organización Industrial para formar a quien las empresas llaman el ‘ingeniero total’, dicho de otra forma, el titulado a quien desean contratar porque no solo resuelve las cuestiones técnicas, sino que es capaz de liderar la gestión. El rector comparte la petición, los empresarios consideran imprescindible la nueva titulación y en el mucho tiempo que el director de la escuela ha trabajado en este proyecto ni una voz de la Administración regional se había opuesto a él. Sin embargo, el Gobierno regional lo ha rechazado. La Consejería de Educación sostiene que el grado puede suponer que los estudiantes dejen otras ingenierías, que su aprobación amenazaría con romper el pretendido equilibrio entre las distintas ramas del conocimiento, que ya existe en un centro privado en Cantabria que imparte esta formación y que, en todo caso, resulta más conveniente dejar los estudios en un modesto máster. Dicho de otra forma, que los profesores del campus de Gijón desconocen lo que conviene a sus alumnos y que el rector, aunque magnífico, no sabe lo que es mejor para la Universidad. Torpes universitarios…