La Casa del Rey ha festejado el cincuenta cumpleaños del monarca con la publicación de unas fotografías que muestran el día a día de la familia real. Un gesto que tendría una relevancia menor si no resultara inédito. Nunca antes Felipe VI y su familia habían permitido el acceso de las cámaras al comedor del palacio que es su casa o al interior de su coche, en definitiva, a parte de su intimidad aunque sea de manera minuciosamente controlada. Unas imágenes de la vida cotidiana en Zarzuela difundidas pocos días después de que Don Felipe aprovechase la Pascua Militar para recordar y ensalzar la labor de su padre en el trono y que anteceden a otro acto cargado de significado, la imposición a la Princesa de Asturias del Toisón de Oro, una distinción que subraya la continuidad de la Corona en su hija Leonor. En 2014, cuando el Gobierno anunció la abdicación de Don Juan Carlos, el nuevo Rey fue presentado a la opinión pública como el heredero mejor preparado de la historia de la monarquía española. Sus primeros años en el trono han definido ya el carácter que desea imprimir a su reinado, que comenzó en el momento de menor popularidad de la Corona, lastrada por una sucesión de errores y empañada por el ‘caso Nóos’. Felipe VI, con su papel en la historia aún por escribir, evitó la imitación y lejos de pretender emular la extraordinaria capacidad de repentización de su padre ha querido imprimir su propio carácter a una institución que en el siglo XXI solo puede fundamentar su legitimidad en el respaldo de la sociedad española. Sin proclamas ni alharacas evitó la alargada sombra de su predecesor y procedió a sajar con frialdad de cirujano las laceraciones de la corrupción, de la que solo habló para defender la acción de la justicia. El Rey que los más veteranos de la Fundación Princesa recuerdan como un niño silencioso y observador, empeñado en aprender de sus padres, huye de la improvisación, aunque no de una cercanía que cree esencial. Cada uno de sus actos responde a unos objetivos. Muchos de ellos han quedado claros en apenas cuatro años. Don Felipe quiere encarnar una monarquía austera, diáfana y útil para los ciudadanos.
El palacio de la Zarzuela se ha impuesto transparencia con el dinero que recibe del erario público, ha prohibido que los miembros de la familia real trabajen de forma remunerada, evita escrupulosamente involucrarse en los negocios que ayuda a establecer y prescinde de cualquier gasto que pueda aparecer a los ojos de los españoles como un despilfarro. Al rey Felipe le ha tocado capear buena parte de la recesión y lo más crudo de la crisis del independentismo catalán. Ha procurado demostrar sensibilidad hacia los más castigados por las vicisitudes económicas y firmeza ante cualquier ataque a la unidad de España. Su decisión de comparecer el pasado mes de octubre para defender la soberanía nacional y la Constitución con una rotundidad que sorprendió a muchos acabó por definir el papel que Don Felipe entiende como el correspondiente a un monarca constitucional, sin interferir en las tareas cotidianas de los poderes públicos, pero sin esconderse ante las amenazas a la democracia, un jefe de Estado a la altura del tiempo histórico que le ha tocado y el reflejo de una institución que no sea vista como un privilegio heredado, sino como un compromiso de servicio público transmitido como la mayor de las responsabilidades. Su empeño ha logrado enderezar la tendencia a la baja de la monarquía en las encuestas de opinión. El Rey más joven de Europa es el líder mejor valorado de España, por encima de todos los políticos. Ese es el principal patrimonio de la familia real y a acrecentarlo deben contribuir cada acto y discurso, incluso cada fotografía. Y en el álbum de la casa real aparece cada vez con mayor frecuencia una heredera para la que se ha reservado un acto cargado de simbolismo en la celebración del cincuenta aniversario de Felipe VI, el anuncio implícito de que el protagonismo de la Princesa en los actos públicos, también en Asturias, será mayor a no tardar.