Hubo un tiempo que vivimos con la impresión de que cualquier chispa encendería los mismos fuegos que veíamos arder en las calles de otros países estrangulados por la crisis. Un momento de calma milagrosa. Millones de españoles aguantaron el tipo con paciencia, civismo y en muchos casos con el analgésico social que facilitó la pensión de sus padres o abuelos. Las jubilaciones aplacaron la angustia, pagaron hipotecas y recibos, amortiguaron el mazazo del paro y dieron para ir tirando a muchos hogares. Los sufridos jubilados se apretaron su cinturón para aflojar la soga al cuello de sus familias. Con las pensiones congeladas, estiraron sus cuentas para hacer de su retiro un plan de salvación con la esperanza de que, superado el bache, su sacrificio sería compensado. Eso les prometieron. El Gobierno también se agarró a la hucha de los abuelos para ir tirando. Con el desempleo por las nubes y las cotizaciones por los suelos, el Fondo de Reserva de las Pensiones ha menguado hasta quedarse apenas en un nombre. Cuando Mariano Rajoy se ha atrevido a decir que el temporal amaina, solo le han salido las cuentas para aprobar una subida de las pensiones del 0,25%. Y de repente se ha visto sorprendido por una riada de jubilados indignados, que han salido a protestar a las calles como nunca antes. En Asturias se pagan más de 300.000 pensiones. Es una de las regiones con las pensiones más altas –la media es de 1.098 euros– porque los salarios de la industria y las empresas públicas aseguraron importantes aportaciones durante décadas. Pero en los dos últimos años, los pensionistas asturianos han perdido 154 millones de su poder adquisitivo. Esta fría cifra significa que incluso los jubilados con más recursos tienen cada día más difícil llegar a fin de mes y quienes perciben pensiones más bajas ven sus pies enterrarse en el drama de la pobreza.
Los jubilados están cabreados, pero más aún angustiados. Llevan meses escuchando a los políticos advertir de la incapacidad del sistema de pensiones para sostenerse en pie. Socialistas y populares se culpan de haber exprimido el dinero ahorrado. El PSOE acusa a Mariano Rajoy de estrangular a los jubilados y reclama una subida de las pensiones en el mismo porcentaje que los precios. El presidente se queja de que los socialistas le dejaron la economía como un solar y argumenta que el Gobierno no puede extender un cheque sin fondos. «Si no hay recursos para pagar no se puede tomar el pelo a la gente». En lo último lleva razón. Si de algo están cansados los pensionistas, recientes o antiguos, es de la continua sucesión de promesas incumplidas y guiños electorales con subidas de campaña. Saben tan bien como los partidos que el Pacto de Toledo se ha quedado en papel mojado y que el sistema hace aguas porque las cuentas no salen, leen cada día las advertencias de los economistas que aconsejan a los cotizantes que procuren complementar su pensión con un fondo privado si no quieren convertirse en pobres con pensión. Las últimas medidas del Gobierno encaminadas a fomentar el ahorro, el aumento de la edad máxima de jubilación y los globos sonda sobre la revisión al alza de los años para el cálculo de la pensión, lejos de aplacar los ánimos, abonan la incertidumbre. La tranquilizadora convicción de los trabajadores españoles de que una vida de cotización a la Seguridad Social garantizaba una vejez apacible se esfuma ante los ojos de los jubilados y quienes tienen la pretensión de serlo. Muchos políticos creen que no queda otro camino que renunciar a lo que dábamos por seguro, aunque ninguno lo dirá porque sabe que equivale a tirar sus votos a puñados. Prometen una solución basada en su programa electoral. Vincular la supervivencia de las pensiones a las siglas que gobiernen durante los próximos cuatro años resultaría candoroso si el asunto no fuera tan serio. Garantizar las pensiones a quienes pagan toda la vida para contar con ellas exige un pacto basado en el rigor, antónimo de política en España. Nadie les pide fórmulas mágicas, pero lo menos que pueden ofrecernos es la claridad de saber qué será de nuestras vidas. De eso se trata.