Hoy las crónicas de EL COMERCIO se han escrito con lágrimas en los ojos, un sentimiento de incredulidad y un inmenso dolor. En una Redacción silenciosa, triste, en la que se sentía un indescriptible vacío. Nos falta Quini. Sabemos que no volverá a cruzar la puerta con su eterna sonrisa, darnos un abrazo y explicarnos el fútbol como si los misterios más profundos de los vestuarios fueran un juego de niños. Él, que lo sabía todo del fútbol, nunca presumió de acertar cada temporada con sus pronósticos. Quini, del que la vida hizo un maestro, jamás se permitió un consejo sin ofrecer antes su ayuda. Muchos han intentado definir el fútbol. Él nunca lo pretendió. Jugó como nadie lo había hecho para explicarlo y nos hizo sentir que la magia existía cada vez que tocaba el balón. No necesitaba hablar. Él era el fútbol. El grito más esperanzado de la afición rojiblanca «¡Ahora, Quini, ahora!» se oirá eternamente en El Molinón. Quini estará allí cada vez que el Sporting pise el césped y en el alma de cada aficionado que ame al fútbol en cualquier estadio del mundo. Porque solo él podía ser aplaudido en todos los campos de España como si los colores no existieran. Quini jugó a la altura de los genios, vivió por encima de las rivalidades y se ha ido sin darnos tiempo a despedirnos de él, como Quini hacía las cosas. Dejando un abrazo pendiente y el sentimiento de que te daba mucho más de lo que merecías. Con la impresión de que la gratitud y la deuda hacia él serán eternos. Te lloraremos siempre. No te olvidaremos jamás.