El chalé de 600.000 euros de Pablo Iglesias e Irene Montero ha desplazado en las tertulias y en los debates parlamentarios al arrebato cleptómano que puso la puntilla a la carrera política de Cristina Cifuentes cuando aún pugnaba por sobrevivir al máster aprobado en ausencia. La casa de 260 metros cuadrados que el líder de izquierdas se ha comprado para criar a sus hijos le ha salido más cara de lo que nunca imaginó. La mudanza del secretario general de Podemos desde el pisito de sesenta metros cuadrados en Vallecas a la sierra de Madrid ha dado ya para mucha demagogia a favor y en contra. La de quienes se han apresurado a insinuar que las cuentas de la hipoteca no cuadran y la de los incondicionales, que se han preguntado si un hombre de izquierdas no tiene derecho a emplear su dinero, ganado o heredado, en comprar una vivienda al alcance de sus posibilidades. Ni la sombra de la duda ni el flaco favor de tachar de reaccionaria cualquier crítica causaron más daño a Iglesias que su silencio de varios días ante el principal ataque de sus adversarios, directo a la incongruencia entre lo dicho y sus hechos. Él mismo repartió la munición en bandeja.
La imagen de los políticos es la suma de sus actos y sus palabras. El líder de Podemos construyó la suya desde un pequeño apartamento heredado de su tía abuela que prometía no abandonar porque en él se sentía «muy a gustito», la ropa del hipermercado, una vida austera y una irrenunciable defensa de la clase trabajadora. Con el ejemplo de su modo de vida como aval, afeó la ostentación de la clase política, su alejamiento de la realidad de las calles y su afán por aferrarse al cargo para mantener su estatus. Los resultados electorales demostraron que su opinión era compartida por muchos. Su problema ahora es que parte de lo dicho encaja mal con la hipoteca de 540.000 euros a la que obliga un chalé con piscina en una zona residencial donde, según sus palabras, intenta proteger a su familia de los ‘paparazzis’. Su defensa inicial ante las primeras críticas tampoco fue brillante. El deseo expresado por la pareja en un comunicado de buscar un hogar que les asegure una cierta privacidad no se amolda bien al espíritu de un partido que proclama sentirse cómodo rodeado de gente, sin nada que ocultar, con un marchamo de autenticidad que contrapone a una casta política a la que acusa de vivir de espaldas a los ciudadanos, disfrutando al margen de la mirada pública no de su privacidad, sino de sus privilegios. Por eso en las filas de Podemos la compra del chalé se ha sufrido como un golpe bajo. Pocos se atreven a decirlo, pero muchos opinan que la pedrada que su líder le ha dado a su propia imagen les ha descalabrado a todos. Más aún cuando gran parte del discurso de la formación política sigue centrado, no sin argumentos, en las dificultades de un gran número de españoles para llegar a fin de mes.
El considerado incluso por sus rivales como uno de los mejores estrategas políticos de los últimos tiempos ha cometido un error de principiante con la compra de su vivienda. No tiene la exclusiva en cuanto a este tipo de metedura de pata, pero desde la aprobación de las leyes de transparencia, que Podemos siempre ha considerado insuficientes, la clase política se ha esforzado para que sus declaraciones de bienes reflejasen la mayor austeridad posible. Tanto han hecho por conseguirlo que algunas relaciones patrimoniales resultan inverosímiles con el menor contraste. La sinceridad es la mejor aliada que le queda a Pablo Iglesias. Esperar en Galapagar a que escampara y confiar en que su incoherencia se camuflase junto a la de los demás hubiera sido su tumba política. Sin nada que perder, someterse al escrutinio de sus bases ha sido lo más inteligente que ambos podían hacer a estas alturas. Pablo Iglesias e Irene Montero ponen sus cargos en manos de los suyos, la única opción para conservarlos. En cualquier caso, han logrado sentar un precedente.