El único político español capaz de pasar en poco más de año y medio de la defenestración a la Presidencia del Gobierno sin necesitar ni siquiera una convocatoria electoral, ya está instalado en la Moncloa. Pedro Sánchez lanzó la moción de censura antes de consultar a su propio partido y con todos los cálculos en contra. Los vaticinios de que no sobreviviría al ostracismo de abandonar el escaño, de que sería incapaz de vencer a una candidata respaldada por la mayor parte de los líderes territoriales de su partido y de que no se levantaría del suelo tras el batacazo de enfrentarse a Mariano Rajoy sin los votos suficientes forman parte de su historia de imposibles alcanzados. La osadía que muchos atribuían a las prisas de la inexperiencia y la ambición le han llevado al Gobierno cuando más lo necesitaba. Las encuestas le atribuían un estancamiento y los resultados en Cataluña enfriaron sus esperanzas de convertirse en una alternativa al PP. La posibilidad de regresar a la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados y obligar a Ciudadanos a retratarse eran las únicas ganancias a las que parecía aspirar cuando decidió jugarse su futuro político en un mano a mano. Sus méritos pueden ser discutibles, el fracaso de sus rivales, no. Los populares no supieron calibrar la presión que suponía para quienes podían apoyarlos una sentencia que dejaba en entredicho la credibilidad del presidente del Gobierno. No entendieron que para los nacionalistas vascos resultaba mucho más sencillo explicar a su electorado que habían pactado de nuevo los presupuestos con los socialistas que justificar su defensa de un partido condenado por corrupción.
El atrevimiento de Pedro Sánchez no puede menos que generar expectativas sobre los próximos meses. Tendrá que gobernar a expensas de pactos poco previsibles con unos partidos nacionalistas que justo después de su investidura comenzaron a enmendarle el presupuesto y un PP que tardará en perdonarle un desalojo del poder que aún no termina de creerse. Su primer desafío será apaciguar a los mercados internacionales y a nuestros socios europeos para facilitar la estabilidad económica. No conviene transmitir incertidumbres a quienes ya tienen demasiadas, sino la certeza de que España cumplirá sus compromisos más inmediatos. Con ello, Pedro Sánchez se evitará el sambenito de que es incapaz de sujetar el timón de la recuperación al que Mariano Rajoy se aferró hasta que la moción de censura se lo arrancó de las manos.
Con no descalabrarse en las próximas semanas, el líder del PSOE hará mucho. Es probable que su primer objetivo sea desmantelar las leyes más polémicas del PP, una tarea en la que los apoyos y el éxito resultan factibles. Más difícil lo tendrá para abordar asuntos como el desafío catalán, la financiación autonómica o el modelo de Estado. Avanzar con solidez en estas cuestiones se antoja un milagro al frente del Gobierno más débil de la democracia. Los grandes retos de España necesitan más tiempo que una legislatura a medio consumir y un respaldo más sólido que los 84 diputados del PSOE, los únicos con los que tiene la certeza de contar a las duras y a las maduras. Encontrar una solución a estas cuestiones parece tarea para un mandato como mínimo, así que las cábalas sobre la convocatoria electoral comenzarán poco después de que los nuevos ministros tomen posesión de sus cargos. Muchos, dentro y fuera de su partido, creen que sobrevivir a lo que le espera sería otro éxito de Pedro Sánchez. Él mismo sabe que no lo tendrá fácil, pero de momento ha conseguido mudarse a la casa que ocupaba Rajoy. Y por más escepticismo que pueda inspirar, se ha ganado el derecho a que le tomen muy en serio.
Asturias se ha apresurado a entenderlo así y le ha recordado las cuentas pendientes desde hace décadas. Obras como el AVE o el plan de vías de Gijón, para las que se ha logrado el consenso que siempre se echó en falta; planes para que el sector minero no termine en un parque temático de lo que fuimos, una política eléctrica que no electrocute a nuestra industria y medidas para conjurar el poco deseable futuro de convertirnos en una región para turistas en verano y de ancianos todo el año. En definitiva, las soluciones a los problemas que todos sus predecesores prometieron encontrar. Ojalá también en esto Pedro Sánchez rompa muchos pronósticos.