El presidente del Principado no se cansa de repetirlo: Asturias está a las puertas de una nueva reconversión. Razón no le falta. Tal vez incluso hemos cruzado el umbral sin darnos cuenta. El llamado proceso de ‘descarbonización’, un término tan bien presentado que la mayor parte de la sociedad le atribuye el efecto benéfico de un fármaco, no es una ocurrencia de anteayer. Hace mucho tiempo que la Comisión Europea asegura a quien quiera escucharla que uno de los objetivos irrenunciables de Bruselas es el cambio de modelo energético. Por una loable convicción ambiental, pero también por el empeño de ejercer de contrapunto a la barra libre para la contaminación que preconiza Donald Trump. Europa quiere presentarse al mundo como el oasis de las energías limpias, la antítesis de una Casa Blanca desbocada. Eso incluye a España, que a los ojos de Centroeuropa siempre ha tenido más interés como destino de vacaciones que como potencia industrial. No resulta sencillo oponerse a las directrices comunitarias. Los españoles somos socios leales y es difícil defender las viejas energías frente a las renovables. Menos aún cuando las ayudas europeas dependen de ello. Tampoco cabe ignorar una meta deseable, pero sí un camino que algunos de nuestros socios pretenden recorrer a una velocidad que amenaza con dejarnos en la cuneta.
Asturias carece de fuerzas para una carrera que a la ministra de Transición Ecológica le gustaría acabar entre los primeros. No ya por la importancia de unas explotaciones de carbón que España dio por perdidas hace tiempo. El plazo fijado para el cierre se acerca inexorable sin más consuelo que algún que otro experimento de diversificación en Hunosa de futuro incierto. Con todo, el previsible batacazo de una empresa hullera convertida en una gran caja de pensiones será solo uno de los síntomas de un padecimiento económico mucho más grave. En los últimos seis años, la producción de carbón en Asturias se ha reducido un 75%. Solo el 14% del carbón que arde en las térmicas se extrae en España. Pero el mineral necesario para alimentar nuestra industria es el mismo que en 2011. Llega en barco a El Musel, se quema en unas centrales térmicas ahora en cuestión y garantiza unos costes asumibles para las grandes empresas. Romper esta cadena supone una caída al vacío de la economía asturiana. La temida reconversión, el principal tema de conversación de los políticos y empresarios asturianos durante las últimas semanas. Más peligrosa y compleja incluso que las anteriores.
Es inútil rechazar un cambio que reduce la contaminación, mejora la salud y protege el medio ambiente. Y no es sencillo explicar que Asturias no intenta aferrarse a la herencia de un pasado minero sin parecer un cavernícola más allá de Pajares. Nuestra región necesita avanzar a su propio ritmo, pero lo que aquí parece fácil de entender se escucha en Madrid con la suspicacia de quien atiende a un pedigüeño. En todo caso, lo único seguro en la política española es que de las desgracias asturianas la culpa siempre es de otro. Como mejor solución, a nuestra región se le ofrecerán compensaciones por los daños causados en la convicción de que en el fondo es lo que deseamos, un puñado de monedas para aliviar nuestras penas. La misma fórmula que nos prometía un futuro a cambio de cerrar las minas y que ahora hasta en las cuencas es recibida como la promesa de un fracaso garantizado. El porvenir de Asturias no pasa por cuánto dinero se gaste en cerrar los últimos pozos de Hunosa o en indemnizar a los trabajadores de las térmicas. Tampoco por contentar a los alcaldes con subvenciones. No se trata de repartir misericordia, sino de plantear alternativas. Algo complicado vistas las pocas que nos ofrecen.
Foto: Eloy Alonso