Las muchas expectativas y no pocas gestiones de las instituciones asturianas se han visto premiadas con el anuncio de la Casa del Rey de aceptar la invitación para que los monarcas, acompañados de la Princesa de Asturias y la infanta, visiten Covadonga el próximo 8 de septiembre. Será el primer acto oficial de Leonor de Borbón y así quedará para la historia. La celebración de los 1.300 años del Reino de Asturias y los centenarios de la coronación de la Virgen y de la creación del Parque Nacional de Covadonga multiplicaron los argumentos para que la heredera al trono estrene su agenda como princesa en el santuario donde su padre fue coronado Príncipe de Asturias. Para la monarquía, que nada deja al azar, será un episodio de un profundo significado. Simboliza la continuidad dinástica, reafirma el compromiso de la Corona con el Principado y abre una etapa de mayor protagonismo de la Princesa. El extremo cuidado con el que los reyes han administrado la exposición pública de sus hijas no deja dudas de la importancia que conceden a esta visita y al vínculo de la Princesa con nuestra región. Las evidentes razones para esta decisión de la familia real no restan valor a lo que supone para Asturias.
Covadonga ha sido tan reivindicada como injustamente ignorada en demasiadas ocasiones. Por prejuicio, en ocasiones. Otras, por la complejidad de realizar cualquier cambio en un territorio gestionado por administraciones diversas, situado en un espacio protegido y con uno de los lugares de culto más importantes del mundo. Y tal vez porque a menudo cuesta más apreciar lo próximo que admirar lo lejano. El caso es que la mayor parte de los planes de ordenación y las inversiones previstas durante las últimas décadas han terminado en los archivos cuando no en las papeleras. Las mejoras se han limitado al asfaltado de la carretera y el rebacheo de la explanada. Desde la devoción o el más puro pragmatismo, una de las reflexiones más habituales al hablar de Covadonga es qué no darían en cualquier lugar del mundo por disponer de uno de sus principales baluartes históricos en el más antiguo y espectacular de sus parques nacionales. Sin embargo, ni siquiera las actividades previstas para la celebración de sus centenarios han contado con el consenso que habrían merecido. Las discrepancias entre los partidos asturianos en cuanto a la ambición y el programa previsto han sido notorias. Y resulta imposible no pensar que más allá de Pajares, las efemérides de Covadonga y los Picos de Europa han sido minusvaloradas, vistas algunas opiniones. El tópico y el desconocimiento encontraron su culmen en la intervención de Carles Mulet en el Senado el pasado mes de mayo. Un canto a la estulticia, pero también el reflejo de lo mucho que a los asturianos nos cuesta hacer valer lo que tan valioso es para nosotros. En este contexto, la visita de la Princesa el próximo Día de Asturias supone un extraordinario reconocimiento. Su presencia sitúa al Principado a la altura institucional que merece. Incluso dispuestos a soslayar la relevancia política, social e histórica del acontecimiento, el primer acto oficial de Leonor de Borbón constituye un impagable regalo: la mayor campaña de promoción en décadas de nuestro principal icono turístico. Pero quedarse solo en esto dejaría pasar una gran oportunidad. La importancia del acto, conjugada con la imagen de la Princesa de Asturias, ofrece a las instituciones asturianas la posibilidad no solo de reivindicar nuestro patrimonio, sino también de recuperar el excesivo tiempo perdido en debates estériles y de apostar con la necesaria ambición por los proyectos que Covadonga y los Picos de Europa necesitan y merecen.