El último sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas sobre intención de voto señala que el 21,3% de los asturianos no acudiría a las urnas en unas elecciones generales. El porcentaje más alto de España en la categoría que agrupa el desinterés, la irritación y el desengaño. El desánimo gana terreno a los partidos políticos, que cuestionan los escaños que las encuestas les pronostican y los condimentos con los que se reparten las hipotéticas papeletas, aunque pasan de puntillas sobre una abstención que les derrota a todos. No hacen falta muchas averiguaciones ni demasiadas lecciones de historia para intuir que esta desafección tiene más que ver con lo que ofrece la cruda realidad de la política española que con una tendencia asturiana a la abulia. Asturias es la región más envejecida, pero no la menos preocupada por lo que le pueda ocurrir. Elegir la alternativa de quedarse en casa tal vez sea la respuesta más cordial al hastío ante los debates perpetuos y las decisiones tardías. Solo un ingenuo o un atolondrado podía ignorar el riesgo de que Alcoa anunciase cualquier día el cierre de su fábrica en Avilés. Hace cuatro años, su plantilla hizo sonar la alarma y consiguió que el Gobierno pusiera una cataplasma en las llagas de la multinacional. La solución quedó pendiente y las vidas de sus trabajadores encadenadas a la incertidumbre. La empresa siguió cobrando ayudas y los partidos enzarzados en una discusión perenne.
Ahora que una decisión tomada a seis mil kilómetros amenaza con desmantelar la factoría de Avilés, son de nuevo sus trabajadores quienes encabezan la batalla por impedirlo. Organizados en turnos para protestar y mantener la producción al mismo tiempo porque saben mejor que nadie lo difícil que resultaría ponerla de nuevo en marcha si llegara a pararse. En pleno temporal, la plantilla de Alcoa recorrió ayer 33 kilómetros a pie entre Avilés y Oviedo. Una esforzada marcha bajo la tormenta para salvar sus empleos, las instalaciones de una empresa que durante años se sintió bastante cómoda dejándoles a ellos la tarea de defenderla y una industria sin la que Asturias tiene pocas más opciones que convertirse en un territorio de veraneo. La ‘marcha del aluminio’ se ha convertido ya en un símbolo de la Asturias que se niega a aceptar la derrota como un contrato irrevocable. El amarillo de las camisetas rotuladas con el lema ‘Alcoa no se cierra’ es el color de la esperanza de una región menos dispuesta a rendirse de lo que muchos creen. Capaz de encarar los reveses y exigir la atención que merecen sus problemas. Los trabajadores de Alcoa han iniciado un movimiento al que los partidos deberían sumarse si no quieren quedarse en la cuneta de las polémicas estériles y alimentar la indiferencia que reflejan las encuestas. La gresca de quienes se empecinan en la búsqueda de culpables de todo lo pasado solo ha servido de parapeto para la inacción ante los problemas de la gran industria asturiana y de excusa a las multinacionales para aplicar en la región la política de exprimir y tirar. En cambio, muchos asturianos salieron al paso de la marcha de la plantilla de Alcoa para aplaudirles y respaldar su lucha. Ante la sufrida marcha del aluminio no hubo indolencia, sino apoyo. No es de extrañar. En la estela amarilla que dibujaban bajo el aguacero sus camisetas hay más verdad y futuro que en muchos discursos.