El plan de vías de Gijón ha costado casi diez millones de euros en papel en quince años. Sin dar una palada. Es lo que las administraciones se han gastado en estudios, revisiones, proyectos y maquetas hasta ahora inútiles. En cuestión de obras públicas, el tiempo tiene precio. Y cuando se pierde, resulta carísimo. Incluso sin hacer nada, nuestros políticos son capaces de gastarse un dineral. Solo en aparentar que pretenden hacer. La mayor parte de los informes realizados durante los tres lustros sin apenas avances se han quedado obsoletos. Las administraciones necesitarán al menos un par de millones más para ponerse al día mientras achican el agua del túnel inundado que cruza Gijón y la estación prefabricada a la que llegan los trenes pierde viajeros de un mes para otro.
El plan de vías de Gijón se topó de bruces con la crisis, que llevó al traste la quimera de financiar las obras con las plusvalías de las edificaciones. Pero no solo. También con la desidia de algunos políticos, los afanes de protagonismo, interminables polémicas sobre el emplazamiento de la estación, el deseo de los sucesivos ministros de dejar su huella y el empeño de los partidos de no conceder el más mínimo éxito a sus adversarios. Intereses inconfesables y desinterés inversor que diversos ministros no han tenido más remedio que maquillar con argumentos más digeribles para la opinión pública como los errores en las previsiones heredadas, la carencia de estudios suficientes, la búsqueda de inversores dispuestos a comprar unas parcelas sin saber cuándo estarán disponibles o la ineptitud del resto de integrantes de una sociedad constituida para garantizar una tramitación solvente del proyecto y que hasta el momento solo ha gestionado, con dificultad, su propia supervivencia.
Pese a lo mucho derrochado en marear la perdiz, el Ministerio de Fomento se ha encontrado con la mejor respuesta posible en Gijón: una insólita unanimidad política y un consenso social sobre la necesidad de acometer la obra que demuestran que los gijoneses aún conservan la fe en que la Administración sea capaz de enmendarse. Las organizaciones sociales de la ciudad se han unido para reclamar un proyecto cuya importancia trasciende en mucho los límites de un municipio. La estación de Gijón y el popularmente llamado metrotrén constituyen una pieza clave para la reorganización del transporte público del centro de Asturias, el beneficio más tangible para los ciudadanos para sustentar la tan deseada área metropolitana, un plan que al margen de las comunicaciones no pasa de una declaración bienintencionada. La Federación de Vecinos de Gijón lidera la movilización de una ciudad deseosa de subirse al tren del futuro aunque sea en marcha. Tras ella, los partidos, unos dispuestos a echar carbón a la caldera, otros con un billete sacado a última hora. Todos con la preocupación de no descarrilar camino de las próximas elecciones autonómicas y municipales. Aunque la estrategia de cada uno es lo que menos debería importarles a estas alturas. En los últimos quince años, no solo se ha despilfarrado dinero. También han dilapidado las reservas de paciencia de los ciudadanos hasta un punto en el que incluso se ha puesto en juego la credibilidad de las instituciones. Si la reivindicación unánime de toda una Corporación no sirve para que el Ministerio de Fomento asuma la urgencia de las obras y rubrique compromisos concretos, los partidos perderán algo mucho más valioso y difícil de recuperar que el dinero y el tiempo malgastados: la confianza.
Fotografía: Jorge Peteiro