El ministro de Fomento visitará Asturias 160 días después de tomar posesión, un tiempo que no será mucho ni poco si al menos le ha permitido hacerse una idea de lo que necesita una región que se siente una isla en el mar de alta velocidad española, soporta un peaje propio de una frontera y ha visto despegar los últimos vuelos internacionales sin fecha de regreso. José Luis Ábalos no superará el récord de su predecesor, que en el mismo plazo se había plantado en el Principado en dos ocasiones, pero puede servirle para evitar el bochorno de otros responsables de Fomento que disertaban sobre Pajares señalando a El Musel. Las necesidades de Asturias resultan tan evidentes que no necesitan mucha explicación. Una región que aún no ha logrado superar el trazado ferroviario construido en el siglo XIX para alcanzar la Meseta y donde los viajeros que llegan por tren a su principal ciudad son recibidos por una especie de cajón prefabricado con vistas a una vía muerta no tendría que desgañitarse para que la variante de Pajares, el plan de vías de Gijón, la supresión de la barrera ferroviaria de Avilés o el soterramiento de Langreo tuvieran plazos y presupuesto. Hasta el momento, ningún ministro ha escatimado grandes planes y buenas palabras, pero a todos les ha faltado tiempo, dinero o ganas.
El actual responsable de Fomento lo tiene fácil. Nadie podrá acusarle de invertir en el Principado para aplacar la ansias nacionalistas, entregarse a una querencia personal o dejarse llevar a ciegas por un gobierno regional de su partido. No necesita más argumentos que la sensatez de comparar la situación de Asturias con la de cualquier otra región para comprobar que la antigualla de su trazado ferroviario, el coste de un peaje sin alternativa real y la carencia de vuelos estrangulan nuestro futuro con la eficacia de un nudo corredizo. Cierto es que ante la puerta de su despacho no falta presidente autonómico ni alcalde que no guarde turno para entonar su lista de peticiones. Los últimos gobiernos han atendido muchas de ellas mientras en Pajares hacían de la eternidad un plazo de obra. Los niños asturianos de Primaria que escucharon la promesa del Estado de que en 2010 viajarían en trenes de alta velocidad a Madrid son ahora los universitarios que llenan los autobuses con parada en Villalpando. Durante la última década, la letanía ministerial no ha dejado de entonar las dificultades burocráticas, la complejidad técnica, las trabas políticas y las angustias económicas para justificar que en las cuentas del Estado el dinero siempre quedase para mañana. En algunos ejercicios, ni siquiera el presupuesto consignado para la variante de Pajares llegó a gastarse por completo. Después de tantos años, al nuevo ministro no puede extrañarle que los asturianos se dividan entre quienes reciben su visita con cara de incredulidad y los que esperan que ponga un pie en la región para pedirle, pancarta en mano, que no pierda ni un minuto en hacer de la gran cloaca excavada de un extremo a otro de Gijón la línea de metro prometida.
En el PSOE asturiano confían en él. En sus filas, Ábalos se ha ganado la fama de político hábil, que sabe escuchar, evitar los pasos en falso y preparar el terreno de acuerdo con su partido para ahorrarse patinazos e incongruencias. Si es así, seguro que le habrán explicado que las buenas palabras ya no calan en una región escéptica de tanto esperar. Los asturianos solo creen que se terminan las obras que se empiezan y que únicamente lo que se compromete por escrito ofrece ciertas garantías de cumplimiento. En eso no nos distinguimos de cualquier otro español. En lo que a veces recibimos, sí. Aunque seguro que todo eso el ministro ya lo sabe.