Los políticos montan sus propios belenes, también en navidades, más por costumbre que por creencia. Este año les ha salido con la estrella en dirección a Cataluña, las figuritas agrupadas en los extremos, los pobres pastorcillos rezando y la impresión de que no hay reyes que lo arreglen por magos que sean. A las puertas de la Navidad, Pedro Sánchez se ha metido de cabeza, rodeado de ministros, en el portal del independentismo, dispuesto a cambiarle la decoración floral y el paso a Quim Torra, quien se empeñó en hacer de una reunión una cumbre bilateral y aceptó el diálogo mientras alimentaba la agitación para ofrecer al mundo una calculada fotografía de represión policial en las calles de Barcelona. El envite de presentarse en casa del hipotético enemigo con una propuesta de tregua no logró ni una noche de paz. El Govern le agradeció la visita, pero recibió los gestos conciliadores del Consejo de Ministros con el desdén que provocan las baratijas. De la reunión se ha escrito mucho, pero se sabe muy poco. Sus protagonistas han acordado buscar una «propuesta política de amplio apoyo», esforzarse por encontrar una respuesta democrática al conflicto y perseguir estos objetivos en el marco «de la seguridad jurídica». En conclusión, no han acordado casi nada o no nos han contado todo de lo que se habló.
La oposición ha expresado su temor a que en la cita de Pedralbes se alcanzaran pactos inconfesables. El líder del PP ha tachado la incursión catalana de Pedro Sánchez de «traición a España». Pocas cosas peores se pueden decir del presidente. Una descalificación tan infrecuente en un país que se pretenda serio como la decisión del líder de un estado de encarar a portagayola una crisis institucional que amenaza a su nación sin explicar antes a los ciudadanos las reglas del juego y reforzarse con un mínimo acuerdo con el resto de partidos. Pero la cuestión no anda en manos de finos estadistas, sino de candidatos con urgencias. El temor de nuestros líderes a no comerse el turrón en el cargo, la vida a golpe de encuestas, han reducido a proclamas los discursos de los políticos, atenazados por el miedo a que la prudencia sea entendida como debilidad. El árbol de la política española no gana altura, sus ramas buscan la luz del voto alejándose cada vez más del tronco que las une. Gracias a ello, el independentismo ha conseguido desviar la mirada del mundo de sus propias discrepancias y dirigirla hacia la división de quienes comparten, al menos eso dicen, que el marco constitucional supone un límite infranqueable. El independentismo ha logrado una primera victoria, vergonzosa, pero eficaz para sus mentiras. Este belén amenaza con sobrevivir a la Navidad. Por desgracia.