Los políticos asturianos abren apresurados la puerta a un 2019 vertiginoso. Deseosos de pasar página y completar su ascensión a la cumbre del último día de diciembre para lanzarse por la pendiente que conduce a las elecciones. Con más incertidumbres de las que pueden confesar, la angustia de saber que este año resultará demasiado para muchos y la duda de si alguno no acabará rodando por la cuesta de enero. Estrábicos después de doce meses de observar con pasmo el cambio de Gobierno en Madrid, el vuelco electoral en Andalucía y la constante desazón de Cataluña. Temerosos de acabar arrastrados por inercias que superan sus fuerzas. Dispuestos a demostrar su capacidad. Ávidos de votos. Las campanadas resonarán en sus oídos como el eco de un disparo de salida, aunque en su calendario, el principio y el fin están marcados en rojo en el mes de mayo. Hagiógrafos e inquisidores tendrán hasta entonces ocasión de entregarse al perfume y al salfumán con propios y extraños.
Aunque ni los panegíricos ni las diatribas cambiarán lo conseguido ni lo pendiente de hacer en una región que a diferencia del cortoplacismo de los partidos pone un pie en el año nuevo con la impresión de adentrarse en otra época. Una nueva era en la que la legendaria Asturias hullera quedará reducida a la simbólica producción del pozo San Nicolás, limitado a abastecer la térmica de La Pereda y alimentar el recuerdo de un sector condenado a una agonía tan dolorosa que apenas se ha distinguido de su defunción. Las comarcas que durante el pasado siglo vivieron del carbón afrontan con desconfianza un futuro para el que solo cuentan con las promesas recientes y la experiencia de los grandiosos planes fracasados. Las minas han sido las primeras víctimas de una transición energética que las grandes empresas de la región perciben como una amenaza. El presidente del Principado no dudó en advertírselo esta misma semana a la ministra Teresa Ribera por más que sea de su propio partido. Asturias, con la herida aún abierta por la cuchillada de Alcoa a su industria, afronta el riesgo de deslocalización de las multinacionales que mantienen las constantes vitales de su economía. El aviso de quien cabe suponer bien informado no debería caer en saco roto. Menos cuando viene de quien se ha liberado ya de la necesidad de edulcorar sus discursos para pedir el voto.
La respuesta a un proceso de transformación global que se tropieza en Asturias con el retraso de infraestructuras claves para la región, el declive de las zonas rurales y el envejecimiento de una población con tantos pensionistas como cotizantes debería convertirse en la principal ocupación de los partidos. El inicio de este aún incierto 2019 es buen momento para empezar. También para desearles el mejor año posible a los asturianos. Lo merecen.