La brigada de salvamento se ha ganado a pulso y bajo tierra en Totalán lo que siempre ha tenido en la mina: respeto. Sobre minería se puede discutir casi todo, pero no el valor de quienes están dispuestos a volver a la jaula cuando un pozo ha tenido que ser evacuado. La norma de los equipos de rescate minero es encontrar a quienes estén abajo, sin importar cuánto tiempo haga falta, y regresar a la superficie con vida. No son un grupo de temerarios. Han aprendido todo lo que se puede saber de la mina, desde los trabajos de mayor riesgo a la utilización de los sistemas de seguridad más avanzados. No buscan protagonismo, pero nunca les ha faltado el reconocimiento de sus compañeros, los únicos que de verdad pueden decir que les conocen casi tanto como su familia.
Con el tiempo justo para coger lo imprescindible, los ocho integrantes de la Brigada de Salvamento Minero fueron trasladados hasta Málaga en un avión militar y en una furgoneta al pie del pozo donde se luchaba por rescatar al pequeño Julen. Esperaron a que las perforadoras hicieran su trabajo, dispuestos a echar una mano en lo que fuera necesario e impacientes por empezar con lo que les tocaba. Sin hacerse notar más que por la ropa azul con franjas reflectantes que les distinguía de los bomberos y los agentes de la Guardia Civil. Aguantaron los contratiempos de la perforación, las dificultades de cálculo y las críticas al operativo sin un mal gesto. Y en cuanto pudieron, se pusieron a excavar la distancia que separaba el túnel por el que descendían en un elevador hasta el lugar donde esperaban encontrar al niño. Por parejas, en turnos de cuarenta minutos, con equipos de supervivencia de catorce kilos a cuestas, ayudados por voladuras de precisión para romper las rocas que se encontraban en su camino, los mineros asturianos picaron la tierra hasta el lugar señalado sin permitirse parar más que lo exigido por la seguridad. Después de casi 32 horas, encontraron el cuerpo sin vida del pequeño.
La determinación de los mineros asturianos ha impresionado al mundo, que ha presenciado en directo su empeño por cumplir la misión que les habían encomendado. Su profesionalidad ha recibido elogios, su coraje ha cautivado a España, que de pronto pareció descubrir el sacrificio de una profesión que amenaza con extinguirse. Un trabajo, el de los mineros, tan cercano a la leyenda como a los tópicos, devaluado de tanta manipulación como ha sufrido, utilizado a veces como justificación y otras como excusa. Cuando la minería va camino de convertirse en una reliquia, una tragedia que ha desgarrado a todo un país ha hecho que muchos vuelvan a ver las minas a través de los ojos de quienes trabajan en ellas. Con la mirada de unos hombres que prometieron no parar hasta encontrar a Julen y fueron los primeros en llorar su muerte. No se sentirán héroes, la tristeza no se lo permitirá. Pero el dolor no empaña su gesta, la ennoblece. Su heroísmo, como el de los guardias civiles y los bomberos que también se jugaron la vida por encontrar a Julen, es lo único que nos reconforta.
Fotografía: Alex Piña