Lo único razonable que se puede hacer con los errores es asumirlos y aprender de ellos. Carlos López-Otín ha reconocido sus equivocaciones en los artículos retirados por la revista de la Sociedad de Bioquímica y Biología Molecular de EE UU. Detalles que no afectaban a lo esencial de los trabajos, pero que un científico de su prestigio tampoco puede defender. Intentó corregir los fallos, pero los responsables de la publicación consideran que en sus páginas, en este caso, no cabía la rectificación. Al investigador no le ha quedado más remedio que aceptarlo. No buscó un chivo expiatorio en quien descargar la culpa. Asumió la responsabilidad y defendió la validez de sus resultados. Ocurrido esto, no debería quedarle más tarea que pasar el mal trago, como cualquier hijo de vecino que ha metido la pata, y adoptar las precauciones necesarias la próxima vez. Nada extraordinario.
Lo singular en la única noticia protagonizada por López-Otín en décadas que no relata un importante avance científico ha sido el desarrollo de los acontecimientos. Un foro de internet con pretensiones de ‘gran hermano’ de los investigadores, que nació para fomentar el debate científico, pero que en muchas ocasiones se limita al cotilleo de laboratorio, ha dedicado un enorme esfuerzo a perseguir durante meses a Otín. Con precisión quirúrgica señaló a la revista norteamericana dónde encontrar los errores en artículos publicados hace más de una década y se apresuró a atacar al investigador con la saña de quien salda una cuenta pendiente. Bajo seudónimos, diversas cuentas en redes sociales han acompañado el empeño de esta revista con descalificaciones y amenazas a todos los que se han atrevido a defender a Otín, científicos, políticos, e incluso, a su familia.
Esta campaña contra Otín ha puesto de manifiesto la debilidad de los científicos frente a las publicaciones de las que dependen para validar sus trabajos. Desde hace tiempo, el prestigio de los investigadores se mide por el número de artículos publicados o rechazados. El escrutinio de la comunidad científica o su influencia en el avance de la investigación cuentan menos para conseguir fondos para sus proyectos que el número de referencias en un puñado de revistas. Los autores de esta campaña conocen tan bien el sistema como para aprovecharse de sus perversiones. Ninguno de los errores alcanza para poner en duda la validez de las aportaciones del investigador, pero sí para someterle a un escarnio público que le anime a largarse y dejar el camino despejado a las aspiraciones de otros. También conocen a Otín y saben lo que nunca haría: sacrificar en público a nadie de su equipo ni rebajarse a responder con la misma munición. Otín es la víctima casi perfecta, silenciosa y absolutamente torpe para defenderse. La gran aportación de esta página web y sus acólitos no ha sido a la bioquímia, sino a las ciencias sociales. El ataque a Carlos López-Otín ha resultado todo un éxito como experimento de desprestigio. Sus consecuencias están por ver. Pero al investigador que nos hizo creer que nada había incurable menos la ignorancia solo le quedan dos caminos. Demostrar, como siempre ha hecho, que su talento está por encima de la mezquindad, las presiones y el politiqueo. O permitirse, porque puede, dar un portazo y dejar que sus enemigos consigan lo que quieren. Ese sería su mayor error. Para Asturias, una desgracia. Será difícil que los ‘otines’ por venir crecieran en este ambiente. Los genios también necesitan un ecosistema adecuado para sobrevivir.
Fotografía: Efe