Pedro Sánchez desafió todas las leyes físicas de la resistencia y la matemática parlamentaria, pero sin presupuesto, las únicas alternativas para un gobierno son las elecciones o la defunción por atrofia. Así que iremos a las urnas dos veces en menos de un mes. No habrá ‘superdomingo’, pero sí una Semana Santa de pasión electoral como anticipo a los comicios municipales, autonómicos y europeos. Como se han apresurado a recordar desde la oposición, la factura de los comicios saldrá más cara. Nos quedaremos sin el descuento del dos por uno en urnas, pero los líderes nacionales no hurtarán a las regiones y municipios el tiempo que merecen sus asuntos. Muchos candidatos autonómicos y locales, sobre todo los que piensan que algo tienen que decir, se han sentido aliviados por quedarse al menos con algo de protagonismo para jugar sus propias cartas. Tampoco se engañan. Saben que el empujón o el batacazo del 28A puede resultar definitivo. Esperar en el banquillo a la segunda parte solo queda para los ingenuos o los indolentes. Por eso, todos se habían lanzado ya a la campaña mucho antes de que se anunciara la fecha de la votación.
Será una campaña sin cuartel, con dos propuestas antagónicas: el espíritu de la plaza de Colón con el que la derecha llama a sus votantes a evitar la ruptura de España frente al discurso contra la involución al que se aferra la izquierda. La muerte del bipartidismo que antaño pugnaba por el centro ha engendrado una política de bloques, cada vez más separados, aunque sus elementos albergan más dudas de las que reconocen respecto a su propio magnetismo. El espacio entre ambos frentes se ha quedado para las escaramuzas. Y será una campaña de urgencias, con líderes que aún caminan sobre los rescoldos de la división y temerosos de las consecuencias de un descalabro. Tan necesitados de un resultado que les permita sobrevivir a la cita electoral que las cuestiones de Estado han quedado aplazadas. No habrá renglones para el consenso en los discursos ni planes a largo plazo en las estrategias. La política nacional afronta estos comicios con la necesidad de que la balanza se incline a derecha o izquierda de manera definitiva. Las certezas han desaparecido, sustituidas por una impresión de vértigo que lleva a los políticos españoles a pensar que la solución a todos sus problemas está en las urnas. En ellas confían para acabar con sus debilidades internas y con una situación de mayorías ineficaces y minorías insuficientes que ha marcado una etapa de debilidad, incertidumbre y parálisis. En democracia, el voto siempre es la mejor medicina para todos los males. Pero los partidos no deberían confundirlo con una cataplasma para sus heridas.