La política, de Antroxu

Los políticos asturianos andan para pocas fiestas, pero ninguno se librará de su particular antroxu. El carnaval les ha pillado a contrapelo, obligados a quitarse la careta y retratarse si quieren aparecer en el cartel electoral. Empeñados unos en adelantar la cuaresma de los líderes salientes, dispuestos otros a sumarse a cualquier carnavalada con tal de ver su nombre en las candidaturas. Algunas listas darán para muchas coplas. Las más hirientes no las cantarán las charangas, sino los compañeros de partido. Habrá quien se ponga una máscara y disfrace sus intenciones con tal de que no le saquen de la cola para los sillones, pero a muchos la primavera les resultará muy larga este año. La política regional entra en una nueva era, con dirigentes a los que restañar heridas y tapar fisuras les deja poco tiempo para contar lo que pretenden hacer con una región más necesitada de acuerdos que de los ajustes de cuentas a los que todos los partidos, sin excepción, llevan dedicados los últimos meses. Hay quien teme que del partido que conoció no queden más que las siglas. También quien lo desea.
Pero la realidad no espera a que los partidos acaben sus fastos ni ventilen sus asuntos. Los problemas no tienen calendario de festivos. Nos lo ha recordado la esperpéntica actuación de Quim Torra ante el Rey en Barcelona. El cada día menos honorable president que ha hecho de la mala educación su discurso político retiró el saludo al monarca para recordarnos que por más elecciones que se convoquen, la cuestión catalana continúa pendiente de resolver. Y ningún resultado electoral acabará por sí solo con este problema. Cualquiera que se proclame ganador en los próximos comicios, solo podrá decir que será el responsable de arreglar un desaguisado que por desgracia necesitará tantos años para solucionarse como tuvo de gestación.
Asturias tiene sus propios problemas. Casi de un día para otro, los más oscuros vaticinios sobre los riesgos de una nueva reconversión industrial se han hecho tangibles. Las infraestructuras con las que pretendíamos viajar al futuro siguen ancladas al pasado y la despoblación que durante tantos años se describió como un achaque es ahora una dolencia tan evidente que ningún político se atreve ya a recetar ninguna cura milagrosa. Decir que el futuro no parece fácil es permitirse un eufemismo. Pero estos días en los que cualquiera tiene derecho a elegir su disfraz, también son un buen momento para quitarnos el traje de la desesperanza y pensar que tal vez nuestros políticos, acabado su particular y fratricida carnaval, sean capaces de afrontar lo mucho que dejan pendiente para después de las urnas. Al fin y al cabo, por eso el antroxu acaba con el entierro de la sardina. ¿O no?