Natalio Grueso, el hombre que subió a Brad Pitt al andamiaje de un Centro Niemeyer aún en construcción y contrató a Woody Allen para tocar el clarinete en su inauguración, se sienta ahora en el banquillo de los acusados. La Fiscalía pide para él once años de cárcel por los delitos de malversación, falsedad en documento mercantil y societario e insolvencia punible. El gestor que tuvo en sus manos el proyecto cultural más ambicioso financiado por el Gobierno asturiano en las últimas décadas ha vivido un vertiginoso descenso a los infiernos. De retratarse junto a Kevin Spacey ha pasado a ser fotografiado a las puertas de la cárcel de Asturias. Su declaración ante el juez fue extensa, aunque se limitó a tres argumentos exculpatorios: el cuantioso gasto realizado para convertir el Niemeyer en una referencia internacional estaba justificado, la falta de apoyo de la Administración fue la principal causa de que el centro acumulase una deuda de 3,4 millones y la ineficacia del patronato encargado de tutelar las instalaciones llevó a presentar unas cuentas con tanto que aclarar que han terminado en los tribunales. Natalio Grueso se absuelve a sí mismo de toda responsabilidad. Sostiene que su cargo no exigía controlar el detalle de los gastos y asegura que de toda su actividad informaba puntualmente al entonces presidente del Principado, Vicente Álvarez Areces, fallecido hace dos meses. El juicio moral de sus explicaciones corresponde a cada uno. Su eficacia legal está por ver. En cualquier caso, que un tribunal aclare si Grueso dirigió con nepotismo y despilfarro un centro cultural que había costado a los asturianos más de 43 millones de euros antes de abrir sus puertas solo puede ser bueno. No solo por la evidente necesidad de impedir que el dinero acabe donde no debe, sino por el bien del propio Centro Niemeyer.
El centro cultural en el que Avilés depositó su ambición de situarse como una referencia internacional en el ámbito de la cultura, el impresionante edificio diseñado por Oscar Niemeyer que aspiraba a modificar la fisonomía de la ciudad, languidece ahora. Los políticos que rechazaron su construcción encuentran en la liberalidad con la que Natalio Grueso pagaba los viajes a su mujer razones suficientes para reducirlo a la categoría de chiringuito. Quienes defendieron el potencial del centro para contribuir al desarrollo de Avilés prefieren callar para no verse salpicados por la polémica. La arraigada costumbre partidista de reducir casi todo a la parte que más conviene ha limitado el debate a los gin tonics de Grueso y los billetes de avión para su familia. Esta simplificación ahorra mucho trabajo a nuestros políticos. Los diez años transcurridos desde que se colocó la primera piedra no les han alcanzado para decidir qué quieren hacer con el Centro Niemeyer. En su primera etapa, un oneroso desfile de famosos ahorró a sus responsables explicarnos sus planes de futuro. Ahora, sus aspiraciones apenas sobrepasan las de una casa de cultura con pretensiones. Condenado o absuelto Natalio Grueso, los políticos se quedarán sin excusa para plantear a los asturianos qué quieren hacer con uno de los edificios más singulares de España. De momento, el único avance en el Niemeyer es el de la humedad.