La España vacía y cabreada ha decidido manifestarse en Madrid. Una marcha sin banderas políticas para recordar a los políticos que más allá de la moqueta, la calle de Floridablanca y el puente aéreo les queda todo un mundo por descubrir. Los asturianos estarán en la protesta a título individual porque nuestra región, a diferencia de Teruel, parece existir. Parapetados en la industria, asumimos durante décadas la despoblación de las zonas rurales como la consecuencia lógica y necesaria del progreso y la aspiración del bienestar. Hasta que la caída por el precipicio demográfico nos hizo conscientes de que nuestra región envejecía, mucho, y también se vaciaba. Asturias ocupa el vigésimo puesto en la lista de las cincuenta provincias españolas en cuanto a densidad de población. A enorme distancia de Madrid, pero también del erial demográfico de Soria, donde cada ocho habitantes tienen un kilómetro cuadrado. La estadística clarifica, pero quedarse en una simple media resulta engañoso. La realidad asturiana es la de Avilés, con casi tres mil habitantes por kilómetro, pero también la de Ponga, donde 2,9 habitantes dispondrían, teóricamente, del mismo espacio, según los últimos datos publicados por la Sociedad Asturiana de Estudios Económicos e Industriales (Sadei). El mismo organismo ha contabilizado 755 lugares deshabitados y 3.129 cuya población no llega a los diez habitantes. Los datos de sus estudios confirman lo que cualquier asturiano con ojos podía esperar viendo los matorrales ocupar lo que antes eran huertas y pastos: Asturias se ha vaciado por sus alas y en su zona rural abundan las ‘sorias’ y ‘terueles’ con una existencia camino de la extinción.
No han faltado expertos que alertasen de este problema. Tampoco políticos, seamos justos. Pero todo ha quedado por hacer. La legislatura ha concluido con el plan demográfico de Asturias estancado en el Parlamento. El documento plantea 216 medidas para la próxima década y una inversión que supera los dos mil millones de euros con el fin de aplicar una especie de plan de choque. Muchas de sus propuestas están dirigidas a mejorar las condiciones de vida en la zona rural. Con ideas tan sencillas y evidentes como conseguir que los vecinos de los pueblos de Asturias dispongan de una cobertura de teléfono adecuada y otras tan bienintencionadas como etéreas. Es probable que este plan no sea el mejor posible, pero en dos años los partidos no han tenido tiempo de aprobarlo ni de redactar otro mejor. La proximidad de las elecciones ha hecho que los políticos vuelvan a hablar de la España vacía y del desierto rural asturiano, verde y colonizado por la especie que mejor se ha adaptado a los cambios: el jabalí. El Gobierno de Pedro Sánchez también ha presentado una Estrategia Nacional para el Reto Demográfico con una batería de medidas sin precedentes, algunas tan originales como la dispersión de las bases de Defensa para repoblar las zonas menos habitadas. Una vez más, la iniciativa nace sin el indispensable consenso, con lo que su aplicación se limitará, en el mejor de los casos, a la permanencia de su promotor en la Moncloa. La reiteración de planes que acaban embarrancados o en la papelera ha sido la única respuesta a la España vacía. A estas alturas y con el trato recibido, la vida rural roza la hazaña. Ahora que a nuestros políticos les ha dado por la exaltación épica, bien harían en patearse los pueblos, que no los ‘resorts’ campestres. Encontrarían más de una figura heroica.