La Semana Negra ha encendido las luces de la noria y la cultura en los terrenos de Naval Gijón, un escenario provisional donde ha celebrado sus últimas ocho ediciones y que ha permitido sobrevivir a un festival que muchos quieren, pero casi ninguno cerca de su casa. Los terrenos portuarios han servido de refugio a una semana nómada, que se hizo internacional mientras deambulaba perseguida por los pleitos. No es sencillo juntar la literatura con los tiovivos, los bares y los manteros. Pero la combinación forma parte del carácter de una semana tan intelectual como parrandera y ha conseguido que el invento concebido por Paco Ignacio Taibo II y patrocinado por Vicente Álvarez Areces haya sobrevivido a la retirada táctica de su creador, a los cambios políticos, a las apreturas económicas y, sobre todo, al paso del tiempo. Adorada y denostada, ha cumplido ya 32 años, una edad que invita a madurar. La Semana Negra necesita su inconformismo a quemarropa para mantener su identidad, pero también un modelo de gestión que asegure su continuidad con menos dependencia de las ayudas y un equipo capaz de dirigir el caos organizado de sus calles. Esto último lo consiguió Taibo con un paso al lado que llevó a José Luis Paraja y Ángel de la Calle a coger el timón en unos años de crisis económica y menos sintonía institucional.
Aunque Carmen Moriyón fue más condescendiente de lo que muchos le aconsejaban, sus relaciones con el festival nunca fueron cómodas. La llegada de Ana González a la Alcaldía de Gijón reaviva las aspiraciones del festival de contar con mayor apoyo y un espacio más adecuado para celebrar el certamen. La nueva regidora, que no oculta sus simpatías por la Semana Negra, ha prometido buscar una nueva ubicación para las próximas ediciones. Inevitablemente, las miradas se han dirigido a la parcela del campus, que el Ayuntamiento llegó a acondicionar antes de que un proceso judicial la dejara en manos de la Universidad. Y el rector se ha apresurado a señalar que los terrenos universitarios no son el lugar «más conveniente». Santiago García Granda se siente más cómodo que su predecesor bajo las carpas ‘semaneras’. Con él, la institución académica entró de lleno al programa de actividades. Pero teme las protestas de los universitarios si el bullicio se instala de nuevo entre la Escuela de Marina Civil y la Politécnica. «No tenemos ninguna aversión al festival, pero a su alrededor se genera ruido y jolgorio». El rector tendría más argumentos si no fuera porque la Universidad tiene fiestas, conciertos y hasta un circo en su vecindario. Algo parece tener la Semana Negra que provoca un cierto repelús. Diez sedes distintas en treinta años aseguran la polémica de cualquier traslado. Pero su historia merece, al menos, que organizadores e instituciones se esfuercen por encontrar un camino serio y sin improvisaciones para que lo negro de esta semana no sean sus calles, la seguridad, sus cuentas o su futuro. Solo la literatura.