La sensatez siempre reconforta. Más cuando aparece obligada por el despropósito. El jefe de la Guardia Civil en Asturias tuvo que echar mano de ella para recordar lo obvio. Si una joven acaba en la Unidad de Cuidados Intensivos después de una fiesta, lo sensato es que se investigue lo ocurrido. Francisco Javier Almiñana necesitó dos palabras para definirlo y congraciarnos con la lógica: delito público. Y la única consecuencia razonable es que las autoridades hagan todo lo posible por esclarecerlo. Tan simple, que ni siquiera haría falta decirlo. Pero ante lo absurdo, se hace necesaria una respuesta. Reducir una situación de esta gravedad a una mera anécdota, ocultar lo ocurrido bajo el epígrafe de una estadística, discutir si la agresión se produjo unos metros dentro o fuera del prau o incluso cuestionar a la víctima para salvaguardar la imagen de una fiesta, además de amoral, resulta contraproducente. Nada resulta más alentador para un delincuente que verse protegido por el silencio cómplice.
La fiscal superior de Asturias, Esther Fernández, ha alertado de un repunte de las agresiones, abusos sexuales, exhibicionismo y violaciones. Su departamento recibe ahora seis denuncias a la semana. Son los delitos que más han aumentado. Y han cambiado. Cada vez se producen más casos de víctimas elegidas al azar, en muchos casos en fiestas. Para afrontar este problema, los grandes festejos de la región, como el Xiringüelu, el Descenso del Sella, el Carmín, San Roque en Tineo o la Semana Grande de Gijón cuentan este año con operativos especiales de los que forman parte Policía Nacional, Guardia Civil, las policías locales y los servicios de emergencias. Su trabajo, a veces no valorado lo suficiente, es intenso, más por las situaciones que consiguen evitar que por los delitos que reflejan los balances. Pero lo que aún no han conseguido es cambiar algunas percepciones. Según la Fiscalía, el 85% de las víctimas de agresiones y abusos sexuales no llega a presentar denuncia. Porque les avergüenza lo ocurrido, tienen pocas esperanzas de que el delito se resuelva o simplemente porque no se sienten comprendidas ni respaldadas. Tal vez porque aún les parece mucha la diferencia entre lo que se dice y lo que luego se hace, sea cierta o no. Por eso es tan bueno que un referente como Sheila Posada se suba al balcón del Ayuntamiento de Gijón y desde allí recuerde, alto y claro, la importancia de que las mujeres se sientan a salvo en sus fiestas. No solo porque más agentes patrullen las calles, que también. Sobre todo, porque se sientan parte de una ciudad que no está dispuesta a anteponer ningún interés a su seguridad. Un pregón como el suyo hace que las fiestas sean mejores.
Fotografía: Damián Arienza