Más de 16.000 metros cuadrados de superficie para investigar, exponer y divulgar el arte actual y la creación tecnológica que han recibido una media de 30 visitantes al día en un verano de récord turístico en Asturias. Este es el resumen de la actividad de Laboral Centro de Arte, con todo lo injusto que puede resultar limitar su balance a una cifra. Pero no deja de ser un dato importante. Refleja la situación de un centro construido con la aspiración de referente europeo, pero que en los últimos años se ha enfrentado a una silenciosa lucha por la supervivencia. Su fulgurante arranque con 55 exposiciones y 645.000 visitantes en cuatro años costó dinero. Mucho más de lo que podían permitirse las arcas regionales en plena crisis. Con el sambenito de faraónico, extemporáneo y elitista colgado desde su inauguración, nadie protestó porque se recortaran sus gastos en personal, exposiciones e incluso en luz. Los días de apertura se redujeron y la programación quedó en manos del heroico batallar de Karin Oehlenschläger, su cuarta directora después de dos dimisiones y un despido de los anteriores responsables. Durante los últimos ocho años, la consigna fue resistir, evitar a toda costa un cierre del que nadie quería hacerse responsable y apretarse el cinturón para pagar a plazos una deuda de dos millones de euros. Pero ninguna administración se atrevió a afrontar el debate de su futuro. El equipo de gobierno de Carmen Moriyón nunca sintió como suyo el proyecto. Ni entendió lo que el Principado pretendía hacer con él. Así que evitó invertir en él más de lo necesario para mantenerlo a flote. Y el Principado, a quien correspondía liderar el proyecto, empleó uno de los recursos más manidos de la política cuando se carece de presupuesto y alternativas: elaborar un relato para convencer a la opinión pública de que lo mejor que se podía hacer era dejar las cosas como estaban.
Así nació el Pentágono del Arte, un proyecto encaminado a coordinar la oferta cultural de los principales museos de Asturias: el Bellas Artes, el Barjola, la Sala Borrón, el Centro Niemeyer y el Laboral. La iniciativa se concretó en un folleto conjunto, una exposición en el pabellón del Principado de la Feria de Muestras de 2017 y un discurso reiterativo que se resumía en que cada centro cultural cumplía su papel a la perfección. Dentro de este plan, a Laboral le correspondían los objetivos más etéreos y con menos capacidad para atraer al público. No importó. Los responsables de la idea encontraron un argumento frente al desplome de visitantes. Esta cifra ya no importaba porque no formaba parte de sus objetivos. La única debilidad de los argumentos es que se daban de bruces con las aspiraciones para las que fue creado el centro de arte, su impresionante edificio y la cualificación de su equipo. Razones suficientes para objetivos más ambiciosos a las que se pueden sumar el entorno de la Ciudad de la Cultura y el respaldo de organizaciones como Amigos de Laboral. Aunque ni siquiera haría falta invocarlas. Solo el dinero gastado en la construcción justificaría un esfuerzo por conseguir que su futuro sea mejor que su presente. Tal vez con un nuevo proyecto. Muchos se acordaron del Centro de Arte cuando la alcaldesa de Gijón incluyó en su programa electoral el desarrollo de un grado de Bellas Artes cuya definición parece encontrarse con los objetivos de Laboral. Una posibilidad tan válida como otras muchas, pero cualquiera mejor que la inacción, lo que no merece el dinero de los contribuyentes.
Fotografía: Daniel Mora