El vicepresidente del Gobierno asturiano recurrió esta semana a un verbo poco frecuente en la política asturiana: ‘repensar’. Juan Cofiño considera necesario este ejercicio mental aplicado a la situación de las cercanías, esenciales para explicar el desarrollo de Asturias en el siglo XX y próximas ahora a quedarse en el tren de la bruja. Si la percepción que la sociedad tiene de los políticos no es precisamente la de su tendencia a cavilar demasiado más allá de los intereses electorales, menos habitual resulta una invitación a un debate en el que los partidos puedan dejarse los pelos en la gatera. Pero no cabe esperar más. Hace décadas que el Principado renunció a la última oferta del Estado de asumir en parte la gestión ferroviaria. La propuesta no pasó de tanteo porque el Ejecutivo asturiano tenía muy claro que mantener esta infraestructura sobrepasaba con mucho su capacidad económica incluso en los tiempos de mayor bonanza. La solución de Fomento fue integrar Feve dentro de las cercanías de Renfe como hermana pobre y poco querida. Aquel fue el momento de pensar cómo debían hacerse las cosas para conseguir un tren moderno, adaptado a las necesidades y capaz de vertebrar el área central de Asturias. No fue así. Se presentaron variopintos planes de mejora, algunos con nombres prometedores, y se prometieron inversiones multimillonarias. Pasado el tiempo, la crisis y varios ministros del ramo, poco queda de aquellas grandiosas aspiraciones.
Faltó dinero, pero también determinación. Una mejora de las cercanías en Asturias planteada con un mínimo de sentido común exige un profundo cambio en la gestión, la infraestructura, los equipamientos, los trayectos, las paradas y hasta los horarios. Mucho trabajo y demasiado riesgo para una clase política que en los últimos años se ha limitado a constatar la evidente depauperación de los trenes, quejarse a Madrid y repartirse la culpa. Después de veinte años de recurrente debate, poco más se ha hecho que retirar algún argayo de las vías y reparar una flota menguante. Las cercanías han perdido viajeros, pero los trenes siguen parando en apeaderos donde un pasajero supone todo un acontecimiento. La Administración se ha ahorrado los sinsabores de explicar la necesidad de suprimir líneas o modificar frecuencias. También mucho dinero. Sin embargo, los políticos asturianos no han dejado de hablar del transporte ferroviario. Es la muleta en la que apoyan todas las propuestas para reducir la contaminación en las ciudades, la clave para hacer tangible la pretendida gestión integral del área metropolitana y un elemento esencial para mejorar la calidad de vida de los asturianos. Esto y mucho más dicen de unas cercanías en las que se viaja más de milagro que deprisa. Llegados a este punto, no le falta razón a Cofiño, ‘repensar’ se hace imprescindible. Tanto como asumir las consecuencias de hacerlo. A no ser que se pretenda dejar el tren de Asturias en una vía muerta.
Fotografía: Nel Acebal