«No se va a romper España, no se va a romper la Constitución». La primera afirmación de Pedro Sánchez en el debate de investidura dejó claro hasta dónde han llegado nuestros políticos en los últimos meses. Cuando el candidato a la Presidencia juzga necesario iniciar su discurso con la promesa de mantener la unidad territorial del país y la defensa de la ley fundamental es que en el lodazal donde chapotea la política española se han borrado incluso las líneas del terreno de juego. Lo que vino después, no defraudó estas expectativas. Izquierda y derecha tensaron la cuerda desde sus respectivas trincheras en un choque de bloques descarnado, insultante y bastante irreflexivo, con más proclamas que ideas, que solo aclaró una cuestión: a día de hoy, podemos esperar de todo excepto el menor consenso. El PSOE ha necesitado siete acuerdos parlamentarios y un pacto de gobierno para llevar a su candidato con opciones a su tercera sesión de investidura. Un soporte inestable que exigirá mucha política para sostenerse en plena crisis territorial y con una coyuntura económica incierta. La oposición ve un paisaje lleno de oportunidades para el desgaste. Tantas que Pablo Casado se ocupó más de buscar un epitafio para un gobierno nonato que de otra cosa. Mientras se debatía en el Congreso, por las calles de Madrid una manifestación defendía la unidad de la nación, el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, pedía a los fieles de todas las iglesias que «oren por España» y el presidente de Cataluña se declaraba en rebeldía contra la resolución de la Junta Electoral que le inhabilita para ocupar su cargo.
Todo esto, en cualquier otro país, quizás llevaría a preguntarse cuánto aguantarían las costuras de la democracia. A estas alturas, en España casi todo nos parece de lo más normal. Nuestra capacidad de sorpresa se ha reducido al mínimo en los últimos años. «Este sábado arranca un nuevo ciclo en este país». Con estas palabras, la portavoz de los socialistas en el Congreso, Adriana Lastra, definió el horizonte. Lleva razón en parte. Comenzó hace algún tiempo; en las urnas. Para bien o para mal, el único camino imposible para los partidos es el de retorno. Demasiadas cosas han cambiado para plantearse ahora el borrón y cuenta nueva. Por más que en el Congreso se hablara más del pasado, a nuestros políticos no les queda otra que mirar al futuro. A quienes defienden el primer gobierno de coalición desde la República tanto como a los que reniegan de él, les toca afrontar un momento histórico. A muchos españoles ni siquiera les alcanza la memoria para recordar las incertidumbres de la democracia naciente, tal vez la única etapa en las últimas cuatro décadas comparable en tensiones, dudas y esperanzas con la que ahora vivimos. Ambas tienen al menos una cosa en común: necesitan políticos a su altura. Aunque se empeñen en ignorarlo.