A cuestas con el peso que suponen cinco mil nuevos casos cada día, la constante preocupación, la desazón por el contagio, la tristeza y el confinamiento de un estado de alarma, en pleno pico del coronavirus, aún cabe mucha esperanza. Un sentimiento habitualmente individual convertido ahora en un patrimonio colectivo que alimenta la valentía del personal sanitario, la dedicación de las fuerzas de seguridad, la entrega de quienes cuidan de los ancianos, el esfuerzo de los que cada día se sitúan en primera línea ante un enemigo silencioso, aún imperceptible y letal. Un ánimo compartido que se nutre del heroísmo silencioso y el trabajo hasta la extenuación de los transportistas, de las cajeras de los supermercados, de los científicos, de los equipos de limpieza, de los farmacéuticos, de los kiosqueros, de los empleados de banca, de los repartidores, del personal municipal… De los millones de personas que demuestran que son capaces de guardar una cola, de ceder el paso a los ancianos, de resistir encerrados en sus casas, de dibujar un arcoíris en su ventana, de pensar en los demás. De tantos que no caben en estas pocas palabras y a quienes solo se puede responder con una. Gracias.