La tragedia ha sido capaz de demostrar lo mucho por lo que debemos sentirnos orgullosos, pero no ha conseguido atemperar la vileza de algunos. Transcurrido un mes bajo el estado de alarma, el Gobierno ha tenido que publicar un decreto para obligar a las autonomías a contar los muertos con un mismo criterio. El Gobierno catalán, empeñado en demostrar que el Ministerio de Sanidad desinflaba los datos a propósito, decidió por su cuenta sumar a la lista de fallecidos por coronavirus todos los casos sospechosos. La discrepancia, en democracia, siempre es legítima. Pero utilizar la estadística de fallecidos para recuperar el juego político de tensar la cuerda con Madrid, como pretende Torra, supera con creces lo infame. Entre otras cosas, porque deja en papel mojado una estadística necesaria para tomar decisiones de las que dependen vidas. Por desgracia, no es el único político que ha visto la crisis sanitaria como la oportunidad para manipular a la opinión pública, cuestionar libertades o promover sandeces. Confundir una pandemia con una campaña no traerá nada bueno.