Angus MacGyver fue uno de los personajes de televisión más famosos de los años ochenta por su habilidad para fabricar cualquier artilugio con una navaja suiza y cualquier cosa que encontrara por su mochila, desde un clip a un mechero. Con poco más, los profesores españoles se fueron a casa un día y comenzaron el siguiente a dar clase. Nadie les preguntó si tenían un ordenador ni les dio más instrucciones que mantener viva la llama de la educación con afecto, atender las necesidades de las familias sin agobiar, garantizar un cierto régimen lectivo, pero no avanzar materia, y levantar la maltrecha moral de los alumnos. Y la inmensa mayoría cumplió. Hasta vídeos hicieron para animar a los chavales y muchos, en mitad de la pandemia, han estrechado su vínculo con unos alumnos a los que telemáticamente han tenido hasta en la cocina. Pero este milagro improvisado no debería asentarse como norma. En dos meses de pandemia, los políticos, que hace no tanto se peleaban por tutelar a los docentes y hasta sustituir a los padres, solo han conseguido ponerse de acuerdo en que el próximo año la enseñanza será presencial, pero también telemática. Por el momento, el Gobierno ha hablado mucho de organizar y bastante de conciliación. De lo que necesitará la educación, casi nada. Por hacer, todo.