En la nueva normalidad, como en la antigua, casi todos los gatos son pardos a partir de medianoche. Así que el Gobierno asturiano ha tenido que prohibir el botellón y amenazar a la hostelería con unas condiciones de apertura más rigurosas. Para muchos jóvenes, el coronavirus no es más que una gripe, mortal solo para los viejos. No es que le pongan mucho razonamiento a una crueldad social que estremece. Las aglomeraciones son el efecto de una percepción de bajo riesgo empapada en unas cuantas copas, un entorno favorable a la excusa y la falta de control. El rebaño, en estos casos, no es una estrategia, sino una consecuencia. Controlar el efecto abrevadero ya resultaría bastante difícil en circunstancias normales. Lo es más con el aliño que algunos se empeñan en ponerle a la inconsciencia. Desde los famosos empeñados en serlo más a costa de decir la primera tontería que se les ocurre a las más diversas instituciones. Llámese la Liga, que por lo visto solo aplica sus normas a los demás, a los partidos políticos, que en cuestión de días han olvidado la sensatez que nos pedían para volver a lo de siempre. Incluso el Gobierno se ha dejado llevar por una cierta comodidad desde que el final del estado de alarma le permitió endosar a las autonomías la vigilancia de los contagios. Pero la culpa será de los bares.
Fotografía: Damián Arienza