La educación líquida que el filósofo Zygmunt Bauman reclamaba para adaptarse a una modernidad incierta y vertiginosa, un concepto que diversos gurús se apresuran a recuperar ahora como respuesta al pandemónium en el que un virus ha convertido el magisterio, está muy lejos de llegar a las aulas. El curso pasado, la enseñanza resistió el confinamiento y tres meses bajo el estado de alarma a la heroica y con la esperanza de que el verano le permitiera reorganizarse. No fue así.
Después de esperar dos meses a que los ministros del ramo marcaran pautas, ministerio y consejería adoptaron el modelo de ‘haz tú que funcione’ en sentido descendente. Sin que nadie les preguntara, los directores se han encontrado con un nuevo calendario, unas genéricas indicaciones de seguridad, un tardío refuerzo de efectivos y un paquete de mascarillas. A partir de ahí, a ellos les queda organizar la docencia y hasta la limpieza, bregar con la confusión de las familias y mantener el pulso académico. En Asturias, donde los datos demuestran que las medidas ante la pandemia han funcionado mejor que en el resto de España, se han hecho bastantes cosas bien. Entre ellas, que muchos cargos políticos han asumido que debían dar la cara, cargar con la responsabilidad y facilitar el trabajo de sus equipos. En Educación, muchos se enteraron de que alguien se ocupaba de planificar el curso cuando dimitió.
Fotografía: Arnaldo García