Una enfermera gijonesa que regresaba de atender a un paciente de coronavirus en su domicilio fue insultada y zarandeada en plena calle por un ciclista que la identificó por su indumentaria y descargó en ella tal vez la frustración ante la pandemia, pero sobre todo, su estupidez. Es probable que un individuo de este tipo trate igual a cualquiera a quien dirija su ignorancia. La existencia de un energúmeno no sorprende tanto como la actitud de quienes le acompañaban que, simplemente, no movieron un dedo. A poca empatía que le echemos, no resulta difícil imaginar los sentimientos de la agredida y de sus compañeros. Hace cuatro meses, todo un país se asomaba al balcón a las ocho de la tarde para aplaudirles. Ahora, golpeados todos por semanas de cifras dramáticas y angustiosas restricciones, los médicos asturianos han dejado de sentir, cuando más la necesitan, mucha de aquella simpatía. Mientras, en las agendas de Atención Primaria acumulan tareas encargadas con plazos de hasta cinco minutos para reducir el número de consultas, los equipos de los hospitales renuncian a los quirófanos para convertirlos en UCIs y el personal de las residencias se atrinchera con los mayores a su cuidado ante unas previsiones que provocan escalofríos a los epidemiólogos. Ellos, que nunca pidieron vítores, sino recursos y apoyo para hacer su trabajo, se sienten más solos que antes pese al pedestal donde les situamos en esta crisis. Y a veces, injustamente señalados. Los colegios de médicos han pedido el cese del director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, por sugerir que el comportamiento de los profesionales de la sanidad durante la primera ola no fue el más adecuado. Los sanitarios españoles encabezan las tasas de contagio en Europa. Entre otras cosas, porque durante mucho tiempo tuvieron que luchar contra la covid con poca información y una sonrojante precariedad de medios. Pero incluso quienes deben ampararles, recurren con frecuencia a ellos cuando buscan un comodín para justificarse. Hasta que los necesitamos. Entonces nos ponemos en sus manos con una renacida fe en la medicina.