El PSOE enlutó sus símbolos y el Estado le despidió con los honores que reserva a las figuras más insignes. Alfredo Pérez Rubalcaba, el político socialista que influyó en casi todo lo que tuvo importancia entre una transición balbuceante y un cambio en la jefatura de Estado que tuteló como un último servicio a su país tal vez habría esbozado la sonrisa irónica de su mirada para repetir una de las sentencias que le hicieron célebre en los mentideros del Congreso: «En España enterramos muy bien». La política ha perdido a un político inteligente, a los que se reconoce porque son capaces de inspirar devoción en sus partidarios, admiración en sus adversarios y temor en sus enemigos. No llegó a la Presidencia. El momento que su partido eligió para situarlo al frente solo alcanzaba para recoger los añicos. Cumplió el encargo. Pero ganó elecciones para otros desde un lugar del poder que eligió con habilidad. Lo bastante alto para saberlo todo, lo suficientemente protegido para no verse arrastrado por la caída de otros. Su carrera sobrevivió a todos los presidentes que confiaron en él, y mucho, para llevar el timón de los asuntos que muchos rehuían. ¿Quién se atrevía a comparecer tras el mayor atentado de la historia de España para decirles a los ciudadanos que se merecían un gobierno que no les mintiera? ¿Quién podía impulsar la negociación con ETA y defender al mismo tiempo la credibilidad de la lucha antiterrorista? Rubalcaba fue muchas cosas, pero sobre todo, necesario. Para los suyos, como él los llamaba, y para sus antagonistas. Fue el químico de los consensos que su partido firmó y el táctico de las batallas que su partido libraba. Siempre supo lo necesario para atreverse a ir un paso por delante. O al menos, para infundir al PSOE la confianza de que así era.
La España que entierra bien, como dijo tras su relevo, ha terminado por ensalzar a un hombre que ejerció el poder más allá de sus cargos. Al Salón de los Pasos Perdidos fueron a decirle adiós un gran número de ciudadanos y dos etapas de la historia de este país. La transición que le vio nacer para la política y la que quizás comenzó la abdicación del Rey y su dimisión en 2014. Dos generaciones que se miran de reojo y a veces con recelo. Preocupada una de que no se dilapide su legado, anhelante otra de escribir sus propias páginas en la historia. Con dificultades para reconocerse padres unos y deudos otros. En un momento complejo, en el que la tentación del maniqueísmo trae a los políticos dando tumbos del blanco al negro, todos ellos reivindicaron como un hombre de Estado a un especialista en moverse por el pentagrama de grises donde se escriben los acuerdos y los cambios. Él los reunió. La última lección de Rubalcaba.