En apenas dos días de evolución, nuestra inteligencia nos ha permitido pasar del palo y la piedra a los robots. Máquinas cada vez más complejas, capaces de mejorar nuestro rendimiento, de aplicar incluso cierta lógica, de aprender y, dentro de un cuarto de hora, podrán sentir. Tan cercanas que comenzamos a llamarlas bots y que aplicadas a las redes sociales permiten a cualquiera enviar mensajes con la disciplinada capacidad de un ejército. Pero la jungla de internet, por fortuna, ha comenzado a limitar su uso, a veces inmoral, para impedir la difusión de bulos en masa y evitar la creación de una opinión pública ficticia. Además, tienen sus limitaciones. Así que algunos han diseñado una nueva versión. Humana. Desaforada, pero obediente a los mandatos de sus líderes. Muy organizada, incondicional y chillona, tendente al linchamiento del adversario y la divinización de sus líderes, que, por supuesto, están encantados parapetados tras su infantería acrítica, construyendo su propia realidad. Una democracia basada en el bot. Veremos las consecuencias.