El director general de Salud Pública del Principado atesora dos rasgos infrecuentes entre quienes se dedican a la cosa pública: se atreve a reconocer lo que no sabe y dice lo que piensa aunque no guste. Rafael Cofiño asume que no será hasta finales de agosto cuando podamos tener una idea atinada de la evolución del coronavirus en otoño y trabaja con la perspectiva de afrontar dos años complicados por la pandemia. Dos afirmaciones de difícil digestión, pero al menos, realistas. Decir la verdad esquiva una de las mayores equivocaciones que se han cometido en la gestión de la pandemia: infravalorar públicamente el riesgo mientras las medidas adoptadas indicaban lo contrario. Sostener que la situación está controlada se entiende mal cuando al mismo tiempo se cierra el ocio nocturno y se blindan las residencias de ancianos. No se trata de abonar la angustia, pero ofrecer certezas que no se tienen no lleva más que a la incertidumbre, la frustración y el batacazo. Salimos del estado de alarma con la injustificada euforia de que el problema estaba casi resuelto. Y tal vez actuamos con más ligereza de la debida. En realidad, era imposible saber lo que iba a ocurrir. El escaso número de pruebas que se realizaban en marzo no permite trazar un horizonte veraz en comparación con los datos actuales. Mejor no llamarse a engaño. Ese error ya lo cometimos.
Fotografía: Damián Arienza